13 de febrero de 2007

Brico-monía

Nunca he sido un manitas. Es más, alguna vez me he visto obligado a tirar un tabique después de haber intentado colgar un cuadro. Cuando, por puro masoquismo, veía al tipo de Bricomanía con su sonrisa perenne invitarnos a construir un sillón Luis XVI de manera sencilla en el mismo tiempo que dura el intermedio de un partido me llevaban los demonios. Para empezar la mayoría de las herramientas que cuelgan a sus espaldas ni las conozco (dudo que las conozca hasta él e incluso que sean herramientas). Es más, las podría confundir perfectamente con una escultura de vanguardia del arte postindustrial. Pero aún es más grave. Aquellas que conozco no las sé utilizar salvo para machacarme los dedos. Claro que digánme a mí quién tiene una nave industrial en casa sólo para practicar el bricolaje. Cosas de la tele. Si haces una chapucilla, cortas plano y sanseacabó. Me gustaría verle a mí, en vivo y en directo, correr detrás de una broca desbocada después de haber apuntado al lugar correcto y acabar con el agujero veinte metros más para allá (cómo saltan joder). Si aludo a estas mis torpezas es que hoy me siento si cabe más humillado. Hace más de cuatro mil años que los monos ya utilizaban herramientas que ellos mismos habían diseñado. Sólo me consuela pensar que siglos antes de que el listillo del Bricomanía viniera a instruirnos, un puñetero chimpancé ya lo hacía con menos medios y sin barba. No descarten que la mona Chita utilizara entre secuencia y secuencia la Black Decker para colgarse la hamaca y tocarse los huevecillos (digo bien; era un macho aunque pasó por España como transexual). Ya sé que en estos tiempos te lo dan casi todo hecho pero es que para mí ese casi es todo un mundo. Por eso he dejado de comprar en Ikea a excepción de las regaderas o los saleros que te los dan de una pieza. Iba a comprar unas flores pero me arrepentí no fuera a tener que montar uno a uno los pétalos. En cierta ocasión adquirí una cómoda o eso creía. Después de deambular por unos estantes con la misma altura que el Mulhacén encontré un número y una letra que coincidía con los que yo llevaba apuntados (lástima que no hubiera sido una bonoloto). Fue la única coincidencia porque luego me dieron una pesada caja llena de maderas. Si es muy fácil, ya verá usted. En un plis plas. Y uno, que no es que tenga en estima sus posibilidades sino que es rematadamente gilipollas, cargó con ese muerto hasta que en casa desplegó el plano ¿Fácil? Y una mierda. No sabía si me había comprado una cómoda o un reactor nuclear. Porque si es fácil y yo me ví obligado a devolverlo, a poco que utilices el proceso deductivo, significa que yo soy un inútil y un manazas. Pues no. O sí, pero una cosa es que me lo diga yo y otra que me lo restriegue una multinacional sueca cuando encima ellos te dan los muebles descuartizados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada uno sirve para lo que sirve, y punto.
Apunto un detalle, Germán. Hablas de Chita en pasado. AL menos hasta hace un par de meses, aún vivía y rodeada de un lujo que ya nos gustaría a algunos. Ha enterrado a toda la saga de Tarzán. Tiene una renta vitalicia y, como los monos son más listos que nosotros, ya no precisa de las herramientas de sus predecesores para ensamblar maderas: Tiene humanos le montan los muebles.