Sería una lástima que estas fechas de procesiones y torrijas desviaran la atención sobre un exhaustivo y sesudo estudio sobre la felicidad de los españoles. Las conclusiones son revolucionarias. El retrato robot refleja que el ciudadano dichoso es joven, tiene una pareja estable, una familia estupenda y un sueldo cojonudo. Asombroso. Cuando todos creíamos que para ser feliz, además de tener un camión, había que haber pasado de los sesenta y cinco, padecer almorranas, tener más cuernos que el abuelo de Bambi, una familia peor que los Manson y una pensión de jubileta por debajo de los quinientos euros ahora estos eminentes sociólogos vienen a iluminar nuestra supina ignorancia. Si a los factores que conforman la felicidad nacional suma usted ser de Navarra, tierra a la que adoro de tal modo que sería capaz de ir a Pamplona por Semana Santa hincado de hinojos y escuchando en el ipod a La Oreja de van Gogh ya que toda penitencia merecería la pena, pues está usted ante el sumun de la felicidad patria. Al parecer en esta comunidad foral, en Catalunya, Aragón y Extremadura el índice de gentes felices es superior a la media. Aquí en Madrid ya saben que sigue ganando el PP. Es tal la credibilidad de este ya legendario tratado sociológico encargado por Coca Cola, ya saben, la chispa de la vida, que han embarcado a Punset para darle solvencia. Dice Punset que el dinero importa poco sobre todo a quien ya lo tiene. Un colofón de una colosal madurez intelectual. Qué menos se merecía el estudio. Al parecer, tras más de dos mil quinientas entrevistas telefónicas y un margen de error del dos menos dos, se ha demostrado que a las Kopolowitz les preocupan más las patas de gallo y las durezas de los pies que cómo pagar la hipoteca. Insólito. Qué sería de este país sin estas radiografías. Durante la presentación se resaltó un elemento contradictorio de primer orden. El 76% de las personas que se declaran muy felices ansían tener hijos pero luego dejan de ser dichosos cuando los tienen. Normal ¿Han visto cómo se ha puesto Paquirrín? Eso sí, he de confesar, desde la más absoluta modestia, que por fin este manual de cómo ser feliz sin que sea desgraciado tu vecino hace justicia a las teorías que mantengo desde que se inventó la escarpia. El bricolaje es un puto infierno. Esta vez no lo digo yo. Lo dice Punset. También el 76% de los que practican este hobby se declaran infelices. Qué extraño ¿verdad? ¿Cómo se puede comparar un orgasmo incluso con la propia pareja a la dicha de montar una cómoda de Ikea? No hay color. Y además siempre sobran tornillos.
19 de marzo de 2008
13 de febrero de 2007
Brico-monía
Nunca he sido un manitas. Es más, alguna vez me he visto obligado a tirar un tabique después de haber intentado colgar un cuadro. Cuando, por puro masoquismo, veía al tipo de Bricomanía con su sonrisa perenne invitarnos a construir un sillón Luis XVI de manera sencilla en el mismo tiempo que dura el intermedio de un partido me llevaban los demonios. Para empezar la mayoría de las herramientas que cuelgan a sus espaldas ni las conozco (dudo que las conozca hasta él e incluso que sean herramientas). Es más, las podría confundir perfectamente con una escultura de vanguardia del arte postindustrial. Pero aún es más grave. Aquellas que conozco no las sé utilizar salvo para machacarme los dedos. Claro que digánme a mí quién tiene una nave industrial en casa sólo para practicar el bricolaje. Cosas de la tele. Si haces una chapucilla, cortas plano y sanseacabó. Me gustaría verle a mí, en vivo y en directo, correr detrás de una broca desbocada después de haber apuntado al lugar correcto y acabar con el agujero veinte metros más para allá (cómo saltan joder). Si aludo a estas mis torpezas es que hoy me siento si cabe más humillado. Hace más de cuatro mil años que los monos ya utilizaban herramientas que ellos mismos habían diseñado. Sólo me consuela pensar que siglos antes de que el listillo del Bricomanía viniera a instruirnos, un puñetero chimpancé ya lo hacía con menos medios y sin barba. No descarten que la mona Chita utilizara entre secuencia y secuencia la Black Decker para colgarse la hamaca y tocarse los huevecillos (digo bien; era un macho aunque pasó por España como transexual). Ya sé que en estos tiempos te lo dan casi todo hecho pero es que para mí ese casi es todo un mundo. Por eso he dejado de comprar en Ikea a excepción de las regaderas o los saleros que te los dan de una pieza. Iba a comprar unas flores pero me arrepentí no fuera a tener que montar uno a uno los pétalos. En cierta ocasión adquirí una cómoda o eso creía. Después de deambular por unos estantes con la misma altura que el Mulhacén encontré un número y una letra que coincidía con los que yo llevaba apuntados (lástima que no hubiera sido una bonoloto). Fue la única coincidencia porque luego me dieron una pesada caja llena de maderas. Si es muy fácil, ya verá usted. En un plis plas. Y uno, que no es que tenga en estima sus posibilidades sino que es rematadamente gilipollas, cargó con ese muerto hasta que en casa desplegó el plano ¿Fácil? Y una mierda. No sabía si me había comprado una cómoda o un reactor nuclear. Porque si es fácil y yo me ví obligado a devolverlo, a poco que utilices el proceso deductivo, significa que yo soy un inútil y un manazas. Pues no. O sí, pero una cosa es que me lo diga yo y otra que me lo restriegue una multinacional sueca cuando encima ellos te dan los muebles descuartizados.
Publicado por
cambalache
en
2/13/2007
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