5 de junio de 2008

SERES SEDENTARIOS

Por una vez me siento identificado con las conclusiones de un estudio no relacionado con los chimpacés ni con las cobayas. En nuestra vida cotidiana apenas nos movemos en un radio de diez kilómetros. Lo cierto es que a mí me sobran casi nueve. Tengo el trabajo a doscientos metros de casa y la correa extensible de mi sultán apenas llega a los cinco. Con decirles que cuando cojo el autobús para subir a Sol, apenas tres paradas, me llevo la tartera para comer en el viaje les digo todo. Jamás me apeo de la bicicleta estática no vaya a ser que la ponga ruedas, me aleje del barrio y me tengan que venir a rescatar o me contraten para el reality 'Supervivientes'. Y eso en la Casa de Campo. Déjate que uno tiene sus traumas infantiles. En una ocasión me subí todo valiente a una morera y luego era incapaz de bajar hasta que las piedras que me lanzaban mis colegas del barrio me obligaron a emular a Tarzán. Sin liana, eso sí. Menuda hostia. Así es uno. Intrépido como el que más. Dispuesto a viajar al litoral español y correr el inmenso riesgo de cogerte una salmonelosis comiendo ensaladilla rusa en un chiringuito. Qué se le va a hacer. Otros hacen puenting. Soy de natural amante de la aventura. Tengo hasta amigos que alguna vez se han ido de vacaciones a Yemen. Como se lo cuento ¿Yemen? Qué necesidad. También me ha ayudado mucho mi pánico a volar, digo en avión ya que al estilo de Leonardo con más de noventa kilos se antoja complicado, y que con las nuevas medidas de seguridad de los aeropuertos uno se puede pasar la mitad de su tiempo de ocio pasando por el arco hasta que te das cuenta que lo que te pita es la prótesis de platino del miembro. Un jaleo. Mejor ir donde va uno siempre ¿Hay algo más bonito que te traigan la paella y que te digan que aproveche don Germán? Así, por tu nombre de pila, sembrando la envidia entre el resto de los turistas. De tú a tú con el camarero hasta que se tropieza con un cubo y una pala y te pone perdida la pechera de tinto de verano. Excelso.