8 de enero de 2007

Exportadores de siesta

Empezamos bien el año. A pesar de la amenaza del nuevo disco de Yoko Ono no nos podemos quejar. Nuestra patria empieza a situarse donde por méritos propios merece. Poco a poco el mundo reconoce nuestros progresos y los imita. Ya exportamos hasta la siesta. Como lo leen. El Gobierno de Tailandia ha habilitado cuartos para que los funcionarios planchen la oreja después del almuerzo. Media hora, eso sí, pero por algo se empieza. Han comprobado que estas cabezadas mejoran el rendimiento del funcionariado. Un reto que, por otra parte, habitualmente no se antoja complicado (no se me ofenda el colectivo). Como es normal en todo principiante se detectan algunas lagunas. Por ejemplo, se habilitan camastros, se encienden velas aromáticas y se sintoniza una música relajante. Demasiada sofisticación. Si alguien lee estas líneas desde Bangkok se puede apuntar el tanto con estos consejos gratuitos. La siesta es más de babilla y sofá y la única música que precisa es la procedente del televisor. Ya sé que todo necesita un proceso de adaptación pero sepan, amigos tailandeses, que treinta minutos de siesta es una mierda de siesta. Y que un 'sesteador' como Dios manda no precisa olores a incienso ni moñadas similares para articular un ronquido competitivo. Claro que para alcanzar la NBA de la holgazanería y la 'dormitanga' en esas horas inútiles del día también hay otros trucos. Antes de exportar la siesta bien podríamos haber exportado el cocido que, como saben, es mano de santo para humillar tras la ingesta de la pringá ¿Quién no se ha levantado con la andorga llena después de un cocidazo y los tres metros de distancia de la mesa al sofá le han parecido más duros que el rally de Dakar? Eso sí, qué gustazo cuando te dejas caer sobre los cojines como si te hubieran pegado un tiro desde el balcón de enfrente. Para estas liturgias, amigos asiáticos, les quedan años de camino, pero no cejen en su empeño. Les aseguro que merece la pena. No hay más que verme a mí.

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