22 de enero de 2007

Carlos, castigado sin esquiar

Desconozco si es por envidia o por ignorancia pero deberíamos asumir que para las familias reales ir a esquiar es como para usted coger el Metro para ir al tajo. No se trata de unos días de ocio sino de, probablemente, una de las etapas más intensas de trabajo que tienen al año. Por eso los ecologistas igual le han hecho un favor al Príncipe Carlos con eso de renunciar a deslizarse por las blancas laderas suizas. Dice que no va porque así no contamina el avión y paga la penitencia por irse hasta los eeuu a coger un premio. Parece un poco lío pero yo les explico. Los ecologistas critican que se vaya a las américas con un séquito de veinte personas a recoger un premio mindundi del medio ambiente. Que es una contradicción que contamine una barbaridad con el avión para tirarse luego el rollo con semejante galardón. Y el Príncipe contraoferta que, para purgar su delito, se queda sin esquiar y así resta el queroseno de ese viaje a la atmósfera. El trueque tiene tela. Cosas que tiene la alta política. Claro que tampoco me parece que cada viaje oficial que tenga en vez de fletar una aeronave le compren una mochila, una cantimplora y una brújula y se tenga que ir a patita para no contaminar. Incluso verse obligado a retener las flatulencias reales con el mismo fin. Es llevar las cosas demasiado lejos. Yo creo que Carlos y Camilla no tenían ni puñeteras ganas de ir a esquiar. Como usted o yo de levantarse a las ocho con un frío de pelotas para ir al currele. Si a las familias reales les prohibimos viajar para que no contaminen, amarrar el yate para que el combustible no emponzoñe los mares o les instamos a que compren métodos anticonceptivos no nos servirían para nada. Es decir como ahora, pero peor. Yo, por ejemplo, no hubiera podido escribir este artículo.

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