¿Se pueden creer que se me pasó? Si tanto langostino no puede ser bueno para el riego cerebral. Me había programado hasta la alarma del móvil para no olvidarme pero el sonido procedente de la succión de cabezas del marisco más proletario me impidió oírla. En conclusión, ni ví ni oí el discurso del rey más campechano. Qué coraje. Y si no lo oyes ni ves tú mismo, a saber lo que ha dicho. No sé si se han dado cuenta, seguro que sí pues me he dado cuenta hasta yo, pero la arenga del monarca es lo de menos. Aquí lo importante viene después, cuando cada medio de comunicación arrima el ascua a la sardina que más le conviene. Por lo tanto, si un año fallara el sonido y sólo le viéramos gesticular, las valoraciones serían las mismas. Que diga lo que quiera, que yo opinaré lo que me dé la gana. Lo cierto es que el calado de los discursos del Rey es semejante al que tiene el prospecto de la aspirina. Es lógico. Por un lado le dicen que no se meta en política y, por otro, le hacen interrumpir la ingesta de peladillas para soltar una soflama a la nación. A ver si se aclaran. Además lo programan a unas horitas que vaya. A los niños que les da pena el cochinillo en la bandeja, la abuela que si esa cena tiene mucha grasa, los hijos del vecino que vienen con la pandereta a pedir el aguinaldo, papá haciendo la gracieta con la zambomba, los primos tocando las pelotas con los jarrones, el perro mordiendo el bajo de los pantalones al cuñaaaaoooo. En fin, un jaleo. Lo lógico es que lo pusieran a última hora de la noche, entre el teletienda y las ofertas de aparatos de abdominales que anuncia Chuck Norris. Por lo menos, en esta franja horaria uno suele estar medio borrachuzo y, de ese modo, igual hasta lo entiende mejor. Me ha disgustado aún más no poder ver el de la Reina Isabel II. Ya saben que, según los linguistas británicos, la señora ha ido aproximando su dicción al pueblo. Hay que recordar que Isabel II no es, ni de lejos, tan campechana como nuestro Juancar. Queridos compatriotas, que lo paséis chachi piruli y os cojáis un pedo de grande como el Big Ben. Ahora que lo pienso, me hubiera dado igual. No sé inglés. Ni con acento shakesperiano ni siquiera con acento de hooligan marginal. O sea que uno no lo hubiera entendido y el otro ni siquiera lo he visto. Menudo monárquico estoy hecho. Ah, no, calla.
Paco Miranda, «pianista de oído», in memoriam
Hace 1 semana
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