Por algo Alemania es la locomotora de Europa. Sus gobernantes predican con el ejemplo y así les luce luego. Tienen pasta a espuertas, unas autopistas del copón y unos coches cojonudos. Sin olvidar esas salchichas talla xxl que tanto recuerdan a la herramienta de trabajo de Rocco Sifredi. La canciller alemana Angelines Merkel cenará en Nochebuena pato. Este dato que así, aislado y sin aditamentos, bien pudiera pensarse que no contribuye en nada al desarrollo económico y social de esta nación, tiene su miga. El pato en cuestión se lo regaló a Nines un colega en el mes de septiembre y desde esa fecha lo tiene más congelado que a Walt Disney a la espera de la cena de esta noche. Ahorro y austeridad. Lección a los ciudadanos. No se descarta que, sin salir del mundo de las ánades, se gane una fama de ser más roña que el tío Gilito, pero ella dice que la importa una higa el condumio navideño. Es decir, dice lo mismo que mi santa madre momentos antes de proceder a la compra masiva y compulsiva de almejas, langostinos, jamón del güeno, cordero o besugo. Yo, es por vosotros, hijo mío. Por mí me comía un huevo frito. Y hala, a llenar la andorga. Mientras Nines Merkel recicla el pico del pato como calzador o cenicero, utiliza los restos del turrón duro como adoquines para construir la caseta del pastor alemán y recongela el muslo que le ha sobrado para los años venideros, en nuestros benditos hogares andamos picoteando las entradas. Algo de picar que decimos de manera eufemística e hipócrita. Con nuestros aperitivos comen varias generaciones de los Merkel. Deberíamos seguir su ejemplo. Un consomé Gallina Blanca, unos ganchitos de entrada, un san jacobo, la misa del Gallo y a planchar la oreja. Todavía nadie me ha explicado qué tradición ordena celebrar el nacimiento de Jesús poniéndonos más cerdos a comer que en el cumpleaños de Porky. Por no hablar de la manía de cenar en familia te lleves bien, mal o regular. No será el primer caso de desear que algún concuñado se atragante al succionar la cabeza del carabinero o que al yerno o la suegra les dé una subida de azúcar en plena ingesta de polvorones. Menos mal que nos queda el brindis final ¿Por qué no lo hacemos con La Casera si en casa a nadie le gusta el cava? Imagino que en casa de los Merkel lo harán con colutorio de eucalipto. Así, además de desearse suerte aprovechan para lavarse los dientes.
Paco Miranda, «pianista de oído», in memoriam
Hace 1 semana
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