26 de noviembre de 2006

El cazador cazado

El chivato siempre fue un tipo denostado en el colegio. Un alumno que solía ser empollón y repipi y a quien le caía un diluvio de collejas en el pasillo por colaboracionista y pedorro. Esto ha sido tan tradicional como la lotería de Navidad o las manifestaciones de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (todo mi respeto personal, toda mi crítica política). Tradicional hasta que la Universidad Complutense, la 'Complu' de toda la vida, se lo ha montado de vanguardista y molona y ha oficializado al chivato con recompensa incluida. Unos mil alumnos vigilarán en clase si el profesor va o no va, si viene o no viene el sustituto y si la impartición de saberes se ajusta al tiempo estipulado. Estos voluntarios del chivateo operan con discreción, puedes estar con él o con ella codo con codo y creer que es uno de los tuyos, elaboran informes que trasladan a las jefaturas y son premiados con unos créditos extra por su labor. Cómo han cambiado los tiempos Venancio. En mi época (diría casi en mi 'era' de los años que han pasado) que no viniera el profe era motivo de júbilo desmesurado. Y no sólo en la escuela, que ibas por obligación, sino también en la 'facul' que se decía. Para ser sincero, en muchas asignaturas no sabíamos si venía o no. Entre la modorra de los porros, el solecito que entraba por los ventanales y las apasionantes materias que nos endilgaban como que no estábamos muy atentos. Además nos ocurría algo similar a los hermanos Marx en Sopa de Ganso. Chico y Harpo se han metido a espías y tienen que perseguir a un tipo. Días después rinden cuentas a su jefe. El primer día, relata Chico, lógico dado que Harpo hacía de mudo, fuimos y no apareció, el segundo le seguimos y le perdimos, el tercero, le engañamos, fue él pero no fuimos nosotros. Es decir, que si no era porque no iba el profe, era porque no íbamos nosotros. El caso es que hicimos la carrera igual que si nos hubiésemos matriculado en la Universidad a distancia sólo que la distancia era corta. Justo los pocos metros que separaban la cantina del aula donde íbamos a la salida a recoger los apuntes. En el colmo de la desfachatez exigíamos a los alumnos prestamistas que, a ser posible, mejoraran la letra porque luego se perdía notable nitidez en la fotocopiadora. Sin olvidar que nos llevaba nuestro buen rato bebernos los botellines, perfeccionar el mus o apedrear a la tuna. No se puede estar en todo ¿Me entienden ahora cuando me entra la risa floja al oír a la María Pestiño presumir de su licenciatura en Periodismo? Menuda lumbrera. Mi paso por la Universidad lo repetiría mañana mismo. No sólo por aquel brío de la juventud sino porque, aprender no aprendí mucho, pero me pegué unas 'jartás' a reir que pa' qué. Y ahora, qué lástima, con chivatos oficiales y galardonados, gentes con másters, políglotas y aseados. Cómo se ha echado a perder la Universidad española.

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