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20 de julio de 2007

REPERCUSIÓN EN EL ESTADO DE MIS ATRIBUTOS DE LA ÚLTIMA ENTREGA DE HARRY POTTER


No soy de natural paciente, pero juro o prometo que esta vez lo he intentado con ahínco. Ya no puedo más. Había pensado pergeñar una exquisita metáfora para tratar de transmitir mis sensaciones pero, al final, voy a optar por la elocuente síntesis. De este modo, y sin ánimo de ofender, les diré que estoy hasta los atributos propios de mi masculinidad, lo que llamaríamos con certeza mismisimos cojones, del futuro de Harry Potter. Me la sopla si la palma, se pilla con el palo de la escoba el pellejo del escroto, se hace miembro de la Iglesia de la Cienciología o se le beneficia con sus polvos mágicos Yola Berrocal. Fíjense si tengo mérito que he llegado a la frontera de la desesperación y del hastío más absoluto sin haber leído ni visto en mi puñetera vida ni una sola aventura de este repelente niño gafotas que, si en vez de ir a una Academia concertada de magia, hubiera ido al colegio de mi barrio se hubiera llevado en el pasillo todas las collejas habidas y por haber por brasa y enteradillo. He sabido que hay adolescentes durmiendo a las puertas de las librerías a la espera de la última 'entrega' para conocer qué será del tal Harry. No digo yo que hagan lo propio para adquirir las obras completas de Cicerón pero una cosa es animar a la lectura, que está muy bien entre otras cosas para ver si me retiran, y otra bien distinta hacer el canelo no para saciar tu ansia de lectura sino para ver si te sacan en la tele. Ya saben. Aquí tenemos a Melanie que lleva dos días y catorce horas en al cola y va a ser la primera privilegiada que tendrá en sus manos la última hazaña de Harry Potter ¿Qué sientes Melanie? No sé, estoy muy nerviosa. Yo soy más de Tamariz. Donde va a parar. Debe ser complicidad generacional. Eso o que soy medio gilipollas siendo benévolo. Se lo digo porque, en un alarde de valentía, ya que no podía con Harry y con objeto de no ser un apestado social y tener de algo de lo que hablar, me propuse leer y, posteriormente, visionar la saga de El Señor de los Anillos. Casi tengo que llamar al Samur por un recalentamiento neuronal. Entre tantos frodos, didos, gnomos, pitufos, hadas, gollums y la dudosa reputación de sus madres pues eso, que me desbordé intelectualmente (lo que viene a ser en el código arrabalero hacerse la picha un lío) y tuve que recurrir a un tebeo de Mortadelo para hiperventilarme. Como se lo cuento.

31 de enero de 2007

Harry enseña la varita


Esa legendaria costumbre inglesa de tomar el té a las cinco es una patraña. No dudo de la hora pero sí de que la bolsita contenga esa infusión. Al menos sin mezclar. Algún opiáceo contendrá cuando algunos padres han escrito a los periódicos pidiendo que Harry Potter se abstenga de enseñar la varita. Bien es cierto que no es exactamente la misma varita que le dio la fama de mago. El muchacho, que no encuentra el truco para dejar de cumplir años, ha crecido y aunque quizás haya sido a su pesar, hay padres que no se lo perdonan. No quieren que se despelote en la obra 'Equus'. Dicen que sería un mal ejemplo para sus hijos. O sea que pueden llenarles la cabeza con la tontuna de jugar un partido de fútbol volando montados en una escoba pero no están preparados para ver una minga. Salvo que Harry sea un prodigio fálico de la naturaleza, los muchachos se verán a diario algo parecido en cuanto vayan a mear. En fin. Eso sí. Luego llegarán a casa, cogerán la fregona, se montarán en ella, se subirán a la mesa, se dejarán caer y se darán un guarrazo de no te menees y lo verán de lo más normal. Imagínense si su peli preferida fuera La matanza de Texas. Acabarían, en su versión más pacífica, afeitándose con la motosierra. Los padres lo tienen complicado a no ser que cambien la adaptación de la obra de teatro. Por ejemplo que a Harry le pongan una capa y a la muchacha (que no sé si será un mal ejemplo pero luce excelente palmito) le pongan un hábito de monja. Claro que entonces más que Equus parecería el Tenorio. Todo sea por preservar la inocencia de los niños aunque, a buen seguro, muchos de ellos habrán visto ya más culos a través de internet que su padre en las duchas del cuartel. Nunca he entendido muy bien qué trauma comporta ver un cuerpo desnudo. Ni siquiera el mío me ha provocado nunca pesadillas y razones no me han faltado. No digo yo que vayamos en pelota picada todo el día. Hay que tener en cuenta que a la incomodidad de tener que colgarse las llaves en el pingajo se suma con esta entrada en la modernidad la de tener que ponerse el móvil adherido con cinta aislante. Sin embargo, tampoco veo necesario tener que ir a la playa vestido con la casaca de Demis Roussos ni mucho menos justificada tanta mojigatería.

19 de noviembre de 2006

A Harry le pica la varita


A Harry ya le empieza a picar la varita. Normal. Está en la edad. Para estas cosas lo mismo da que seas mago que repartidor de pizzas. El muchacho y su churri en la peli le ha cogido gustillo al roce. Hasta veinticuatro veces han tenido que repetir el plano del primer beso. Me gustaría saber cuántas tomas hubieran hecho falta si en vez de un beso, por razones del guión, le tuvieran que haber propinado una patada en sus cojoncillos. Una y a correr. Admiro sobremanera la imaginación de la autora de este serial de conjuros, pócimas, escobas voladoras y polvos mágicos (todo se andara Harry; eso sí, si repites veinticuatro veces te sacamos a hombros machote). Cuentan que empezó escribiendo en una cafetería en los duros inviernos porque en su casa no tenía ni calefacción y ahora es más rica que la Reina de Inglaterra y que el McCartney antes de los divorcios. Yo es que no doy con la fórmula. Eso sí, siempre me queda el recurso de decir que soy un escritor incomprendido y maldito. Maldita la gracia que me hace pero como no me pida Juliancito Contreras Ordoñez hacer de negro en la segunda parte de Querida Mamá no me veo en el Top Ten. Tengo tan poca imaginación que en los restaurantes de nueva cocina me atoro y acabo pidiendo un filete empanao. Por eso no me siento capacitado ni para leer estos libros ni para ver estas películas sin manual de instrucciones. Y las del Harry todavía, pero no les cuento la saga del Señor de los Anillos. Qué lío de nombres. Frodos, fridos, frigos, frigospiés. A mí me tienen que poner a los malos y a los buenos y pare de contar. Uno es simple pero sincero. Por no cuestionar el revuelo que arman por un puñetero anillo que deja a la altura del betún al que montó La Faraona cuando perdió un pendiente en un programa de Iñigo (sí, sí, prehistórico pero verídico). Yo soy más del cine profundo y de pensar. Por lo menos si te duermes no corres el riesgo de que una explosión apocalíptica te despierte con el corazón latiendo a la altura del gaznate. Esos planos-secuencia de diez minutos que te permiten levantarte, hacerte un sandwich mixto, miccionar y volver sin que haya pasado nada. Vamos, vamos. Lo haces con una de estas superproducciones y cuando vuelves ya no sabes ni siquiera si estás en tu casa. Por no hablar de lo bien que quedas ¿Has visto la última de Harry Potter? No, precisamente acabo de visionar (nunca ver) un film iraní premiado en el Festival Independiente de Sebastopol. Dónde va a parar. Allí estirado en las butacas, sin gente, sin banda sonora, echándote una siesta como un rajá y cotizando como intelectual de vanguardia. Es lo que tiene ser minoritario. No ganas un duro y encima quedas como un gilipollas.