7 de junio de 2008

ADIÓS A LOS APUNTES

A buenas horas, coño. La ministra Garmendia ha anunciado la desaparición de los apuntes en las aulas. Con los disgustos que me costaron a mí. No porque yo los tomara sino porque, al fotocopiarlos de alguien más aplicado que yo, había cosas que no se entendían. Digo más aplicado en la absorción de conocimientos universitarios. Más aplicado que yo en el apuntalamiento de mi maestría en el mus que practicaba sin desmayo mientras se impartían pintorescas asignaturas no lo había. Era tal mi caradura que, en un claro ejercicio de aprovechamiento del trabajo ajeno, llegué a tener ciertas peloteras con mi entonces churri y compañera de pupitre. Ella era mucho de flechas, sinopsis, corchetes y demás tipografía intrincada. A mí sin embargo si me quitabas una preposición ya me liaba. Yo era de memorión. Me lo empollaba, lo soltaba en el folio, salía por patas y otra vez a la cantina. El conflicto surgía al sugerirla no sólo que me dejara los apuntes si no que los tomara cómo al hombre de su vida le gustaban ¿No es maravilloso el amor? ¿No es acaso compartir? Lo mío es mío y lo tuyo para los dos ¿O no es así? Me dejó, claro está. No sólo por eso pero no es el momento de abrir esas heridas. Los apuntes siempre han guardado un misterio que nunca fuí capaz de desvelar ¿Para qué nos comprábamos los libros si luego nos contaban cosas que nunca venían en sus páginas? En el caso de seguir al pie de la letra el texto utilizaba una táctica que da buena idea de mi vaguería. Muy simple. Arrancaba las hojas del tema correspondiente, las plegaba, las guardaba en el bolsillo del pantalón y así no tenía que ir cargado con la cartera. Era entonces un adolescente algo asilvestrado. Ahora ya he cambiado mucho. Sobre todo en la edad.