19 de abril de 2008

UN PEDO DE 'BEST SELLER'

Es una lástima que la voracidad del inevitable best seller de Ruíz Zafón oscurezca otros libros que se intuyen de enorme interés. Un policia jubilado de Alcoy ha publicado 'La paz volátil', una obra de culto que, bajo el subtítulo 'Conferencias sobre el pedo', desgrana con profusión todas las posibles tipologías de nuestras flatulencias. De las suyas no, ya lo sé, que ni se las tira y, en el caso de que así fuera por razones de fuerza mayor, nunca olerían. Faltaría más. Don Enrique Cantos, quédense con este nombre, radiografía con minuciosidad y bautiza con tino el amplio repertorio salido de las profundidades del esfínter. Así nos habla del 'pedo parlante' que define como aquel que después de exhalado provoca en la suegra una duda del siguiente tenor: ¿has dicho algo Marcelino?, el pedo 'Terminator', el 'Imperia'l, el 'Saturday Night', apodos que parecen salidos del Hipodromo de Lasarte, o el mítico 'pedo de fuego', precedente de las armas de destrucción masiva y que a más de uno le ha procurado más de una quemadura en los aledaños del orificio en cuestión y ese característico aroma a pollo quemado que todos conocemos. El jubilado don Enrique se tiene por un gran melómano. Además de Mozart, y en el campo que él más domina, gusta de los pedos secos y rotundos aunque tampoco hace ascos, aunque parezca mentira por hablar de lo que hablamos, a aquellos más agudos y prolongados que suelen acabar casi siempre con los gayumbos en la lavadora. No crean que soy de natural cochino aunque ningún chaval de arrabal que se precie, y yo saben que presumo de ello, puede pasar su infancia y adolescencia sin que la banda sonora de su vida no incluya un cuesco mítico. Yo no iba a ser menos y aunque, ciertamente, no fui su autor sí fui su víctima. Les cuento. La parroquía de mi barrio, una casita baja que lo mismo servía para hacer la Comunión que para hacer pasquines del PCE, era también el centro de reunión de los equipos de fútbol de la barriada. Entre ellos estaba uno compuesto por marroquíes que a mediados de los setenta habían comenzado a llegar y que, con el tiempo, en otra pequeña casa abrieron seguramente la primera mezquita que hubo en Madrid. Una vez a la semana nos convocaban a los capitanes para hablar del calendario, de los horarios, de las papeletas que teníamos que vender para comprar camisetas y balones...etc. El capitán marroquí era un tipo ya hecho y derecho, de barba cerrada, mirada torva y cara de pocos amigos. La delegación del Club de Fútbol Peñabel (compendio del nombre de los barrios Peña Chica y Belmonte) corría a cargo de un servidor y de mi colega del alma Jose el Gallina con quien he compartido a buen seguro las mayores risas que conocerse puedan. Esa tarde, a mi pesar, no fue una excepción. En medio de aquella acalorada reunión de repente tronó un pedo contundente, de los que le gustarían a don Enrique, que segó de inmediato la charla. La vibración del banco de madera fue al menos de grado ocho en la escala Richter. El silencio fue aún más intenso. El Gallina había gestado, sin apenas necesidad de levantar el muslo para prevenir de su gesta, una de los pedos más gloriosos que dio aquel barrio y eso es mucho decir en un lugar en que la dieta mediterránea no pasaba de las judias pintas. Anduvo tan genial con su esfínter como hábíl con su reacción. Aprovecho mis primeras risas para levantarse y dirigir su dedo acusador contra mí que, ya rendido por las carcajadas, me sentí tan indefenso que no pude articular palabra. A ojos del resto de los capitanes quedé como autor de una hazaña que nunca alcancé. Acaso fuera por la falta de integración el capitán marroquí debió tardar años en encontrarle la gracia porque su rostro no demudó durante toda la algarabía hasta el punto que temí que me rebanara allí mismo la cabeza. Esas eran nuestras diversiones. Menos mal que no existía la 'playstation'. No me digan que es lo mismo recordar ésto que lo bien que matabas marcianos.

1 comentario:

Merche Pallarés dijo...

Prueba de la inocencia de aquellos años donde cualquier flatulencia era ocasión para una buena carcajada--que expande los pulmones y es muy saludable. Besotes, M.