8 de abril de 2007

Toda una vida


Los tangos y los boleros suelen mentir aunque sus embustes nos agraden. Veinte años es mucho y treinta toda una vida. Yo también mentiría si dijera que parece que fue ayer aunque en mi memoria así lo parezca. No tenía pensado dejarme arrastrar por la nostalgia pero uno, a menudo curioso, lee cosas que le hierven una sangre que creía remansada por el paso de los años. Acaso sea la juventud, ese divino tesoro que loara el cursí de Rubén Dario, la bendita culpable de tanta necedad y, lo que más me duele, de tanta injusticia. Es posible que para la mayoría de los chavales el PC sea sólo un ordenador, ya se han encargado profusamente de airear esta manida gracieta, pero aquellos que no somos tan jóvenes deberíamos contribuir a que la historia no se construya encima de los escombros del olvido.

Con quince años, los que yo tenía aquel luminoso sábado santo, uno cree en el amor eterno y en las revoluciones posibles. Yo no sé si llegué a ser comunista; sólo sé que llegué a tener un llavero del PCE, que fui al primer concierto de Quilapayún acompañado de más grises que espectadores y que una mañana de domingo me sorprendí en el cine Europa con los ojos húmedos cantando un himno recién aprendido frente al gran poeta Rafael Alberti.

Aquello no fue todo. Aprendí que había gente en la cárcel por pensar distinto, gente torturada por el mismo delito, personas, a quien luego llegué a conocer, a quienes les rompieron todos los dientes a hostias y sólo pudieron tener una dentadura cuando ese partido, al que nos habían pintado como al mismo Belcebú, se la pudo pagar gracias al dinero de sus militantes. No hablo de política, hablo de dignidad.

Hace unos cuatro años, en la anterior campaña electoral regional, un imbécil hoy con cargo de postín (no le nombro no por miedo a una demanda sino porque no malgasto mi escaso talento en promocionar a tontos) se dedicó a insultar y a menospreciar a los comunistas. Yo hablo por los que he conocido. No me gustan las dictaduras ni con azúcar ni con sacarina. Ni las del Este ni las del Oeste. Sin embargo, hay gente, y este tipo era uno de ellos, que deberían lavarse la boca con amoníaco antes de mentar a determinadas personas. Sólo oírlos en su boca ensucia su memoria.

Sin la voluntad de reconciliación del PCE, guste o no guste su ideario, España no sería hoy el país que es. Seguramente mejorable, pero a años luz de esa tierra oscura plagada de miedo y de intolerancia que algunos todavía llegamos a conocer. Luego las cosas cambiaron ¿Y quién no lo ha hecho? Luego llegaron aquellos que por todo argumento te reprochaban aquello de 'sí, sí, muy comunista, muy comunista, pero se ha comprado un coche nuevo'. Como si la aspiración a una mayor justicia pasara porque todos vivieran igual de mal.

He dudado mucho en escribir estas líneas. Si al final me he doblegado a la tentación sólo ha sido por rendir un modesto homenaje a esas mujeres y hombres que me reconciliaron con el ser humano. Que, acaso mínimamente, me ayudaron a ser mejor y, sobre todo, me enseñaron a que, ante una injusticia, uno no puede mirar hacia otro lado. Lecciones de gente de bien que hoy sólo quería agradecer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca he tragado a Carrillo, pero también he conocido a muchas personas honestas del pc,que han sufrido por defender un ideal de libertad y justicia.También conozco a ex comunistas que son de lo peor.

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