14 de enero de 2007

Una de gorilas

Cómo está el mercado laboral. Vírgen del Amor Hermoso. A un par de empleadas de una fundación les han despedido por no enseñar las tetas a un gorila. No, ni me recaído en la bebida ni he seguido leyendo declaraciones de Rajoy ni he entrado en un estado de pánico a causa de la cercanía de Los Goya. Increíble pero cierto. Ha ocurrido en California. Las muchachas se negaron al striptease delante de Koko, una gorila de inteligencia descomunal para ser gorila y, a buen seguro, también en comparación con muchos seres humanos. El motivo del despelote era que el simio se ganara su confianza. Digo yo que les podían haber pedido a las chicas que le prestaran unos dólares o que escucharan sus confidencias. Sin embargo, la prueba de la Fundación Gorila (originales para el nombre no han estado, para qué nos vamos a engañar) era tirar de pezoncillo con lo que nos queda la razonable duda de si lo solicitaba la gorila o es que el cuidador era un babeante salidorro. No se crean que Koko es una gorila cualquiera. Toda una eminencia. Sabe utilizar por señas más de mil palabras. Es decir, más del doble que David y Vikibekam juntos y no digo sólo en español. Las cosas como son. Con esas cualidades, que, ya les digo, para sí las quisieran muchas personas e incluso algunos políticos, Koko se convirtió en la reinona del zoo de San Francisco hasta que llegó de Camerún Michael. Como ven la historia promete. Espero que no me la robe la Gemio para 'Sorpresa, sorpresa'. Miguelín era un simio muy bien dotado. En fin, muy bien dotado hasta para las artes quiero decir. Ya sabemos que la tranca de gorila es dificílmente superable. Holmes, Sifredi y pocos más. Bueno, a lo que iba. A Miguelín le trajeron para que fuera pareja de Koko y juntar así a la 'creme de la creme' de la intelectualidad gorilesca. Una versión de Sartre y Simone de Beauvoir con menos existencialismo y más cacahuetes. El tal Miguelín, que palmó hace cinco años en pleno éxtasis creativo, sin darle tiempo siquiera a escribir 'Memorias de África II', aprendió en un periquete quinientas palabras del lenguaje de los sordomudos pero es que además se le daba de lujo la música y pintaba. Cuántas birrias habremos visto en Arco de él sin saberlo a seis mil euros el milímetro cuadrado de lienzo. Cuántos números uno de los Cuarenta serán un plagio de sus melodías. A pesar de este esfuerzo de buscarle un docto churri a Koko para perpetuar esta extraordinaria especie de monos cum laude, ella sacó ese alma femenina que lleva dentro y se lío con un rudo macho de nombre Ndune ajeno a todo ese tipo de moñadas artísticas. Cuánto me suena este desenlace.