Sí, claro, claro. Usted ya lo sabía. Usted ya se lo olía. El que me lo olí desde el principio fui yo y eso olía a mierda. Ahora que se ha destapado el pastel (licencia poética de dudoso gusto hablando de mierda) todos a subirse al carro. Mas ¿quién fue pionero en clamar que eso de ir al campo a oxigenarse no podía traer nada bueno? El menda. Es de justicia recordarlo. Mientras un servidor era vilipendiado por mastuerzo y urbanita, otros se lustraban las chirucas y llenaban la cantimplora. Yo lo intenté en un par de ocasiones. Me fue imposible. Donde yo veía una apestosa boñiga de vaca otros contemplaban una lindeza de la madre natura. Donde unos veían un sinuoso caminito jalonado de floresta autóctona yo sólo veía una cuesta de tres pares de testículos. En mi última visita a una bucólica aldea campestre, recién fallecido Viriato más o menos, hube de adelantar un par de días mi regreso a la ciudad. Un hermoso gallo, a eso de las seis de la mañana, se encargó de minar mi paciencia. Donde unos verían un sin par despertador yo sólo veía a un grandísimo hijo de (sí, eso que piensan) gallinácea y relojero suizo. Lo digo por su impertinente puntualidad. Si creen que es una broma están equivocados. Me largué de allí, vaya que si me largué ¿Tranquilidad en el campo? Hay mucha más en el Bernabéu, el único campo que reconozco como tal y el único que puede presumir de mi presencia. Como a mí, lejos de hacerme caso, me tachaban de borricote ha tenido que ser la ONU quien viniera a ratificar mis tesis. Por fin este organismo se dedica a algo productivo y no a elaborar resoluciones para que Israel se las pase por el forro. Al menos sabemos que pagamos a miles de funcionarios para que nos digan que una flatulencia de vaca contamina más que una moto sin escape y que las cagadas bovinas no sólo son cagadas, como yo sostenía, sino que son más peligrosas que una sopa de polonio. Por cierto ¿han vuelto a probar la ensaladilla rusa? Qué yuyu. Pues sí. La FAO ha dictado sentencia. El efecto invernadero se nutre más de los excrementos de vacas que de los tubos de escape de los coches. Llegará un momento que tendremos que elegir entre sacrificar una ternera o comprarnos un bonobús. Qué desazón. Tras este revolucionario estudio si la próxima vez que vaya a una casa rural se acerca a una vaca para hacerse una foto y ni se inmuta no se preocupe. A buen seguro estará disecada y en vez de darle leche recién ordeñada le regalaran un 'pack' de seis yogures desnatados. Otra posibilidad es llevarse la nevera y las sillas de tijera a la Gran Vía, poner la mesa en medio de un atasco, sentar a los niños y comerse allí los filetes empanados y los pimientos fritos. No es lo mismo que zampar en el suelo rodeado de hormigas pero al menos su salud correrá mucho menos peligro. Donde va a parar.
Paco Miranda, «pianista de oído», in memoriam
Hace 1 semana
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