1 de septiembre de 2006

Una escultura de mierda

Literal, oíga. No es que me haya metido a crítico de artes plásticas poco sutil en mis apreciaciones. Tal cual me entero se lo cuento. "La primera caca de la hija de Tom Cruise se exhibe en Nueva York". No es, como pudiera pensar gente de raquítico intelecto, que a la pobre criatura le haya dado su primer aprentocillo entre la Quinta Avenida y la calle 44 (por ejemplo) y haya tenido que evacuar de urgencia ayudada por sus papis. Demasiado chabacano para los EEUU. Un tipo llamado Daniel Edwards ha sido el artífice del escatológico invento y ha moldeado, no se sabe si con modelo real sobre la mesa de trabajo o atrapado en brazos de la inspiración, la que sería la primera boñiguita de la niña. Eso sí, en bronce y con peana de madera y vidrio. Menos mal, porque el hiperrealismo en este caso se antojaba desagradable ya que los efluvios no son nada apetecibles por mucho que se empeñen los padres en que los pedetes de sus hijos huelen a lavanda. Yo, que nací con más de cinco kilos en canal, mofletudo y cabezón, fui competitivo en estas lides desde que pisara este perro mundo y ahí estoy, hecho un chaval. Claro que, si en vez de hijo de la clase obrera, mi padre hubiese sido un galán del cinematógrafo como Tom, mi caca se hubiera vendido, por volumen de masa excremental, muy por encima de la de la pequeña Suri. No hay duda. Si alguien piensa que este acto de arte experimental es una soberana gilipollez, no seré yo quien le rebata. Menos aún cuando la caca en bronce de la criatura se ha puesto a la venta y el galerista que la exhibe calcula que se pueden recaudar 25 o 30.000 dólares y eso que al final se desestimó la pertinaz mosca sobre el monumento que hubiera subido un pico el valor. Ni siquiera quiero hacer los cálculos del dinero que he perdido sentado en la taza leyendo el Marca. Eso sí, el pastizal irá a obras benéficas y no a farras del portentoso escultor. Algo es algo. Imagino que se asignará a Estreñidos sin Fronteras o Diarréicos Unidos para no salir de este peculiar mundillo al que uno le coge gusto (¿quién no se ha olido de pequeño sus propias flatulencias tapado con la sábana? Venga, venga, sincerémosnos aunque no vayamos al Diario de Patricia). Por el momento, sólo han pujado cuarenta y un dólares que pudiera parecer un fracaso pero no hay que olvidar que por ese dinerillo te compras en la Plaza Mayor unas cuántas boñigas de imitación casi perfecta que los muchachos, y sus padres, suelen colocar en las sillas aderezadas de unas pertinentes bombas fétidas. David Kesting, el transgresor director de la galería, argumenta que "un molde de bronce de la primera caca de un bebé puede ser un recuerdo significativo para la familia". Se acabaron los relojitos de Primera Comunión y demás moñadas. Ya saben lo que se lleva ahora. Un escapulario con los primeros mocos del bebé adheridos, una grabación en deuvedé del incipiente erupto o sus primeros orines dentro de un bote de bebida isotónica. No sea usted antiguo y súmese a este ciclón de modernidad. Ponga una caca en su vida.

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