1 de septiembre de 2006

Se va un guitarrero

Ni siquiera sé su nombre pero esta mañana, al despedirme de él, he sentido un puyazo de tristeza. El guitarrero de mi calle se jubila. Deja el local debido a sus años y a nuestros tiempos. Ésto está muerto, me dice, mientras noto las arrugas de sus manos que aprietan con fuerza la mía. Dentro ya no hay guitarras, sólo el eco de las falsetas flamencas que yo me paraba a oír cuando pasaba por delante con mi perro. El hombre le hacía carantoñas y hablabámos de cosas intranscendentes. De lo que ha cambiado el barrio, de lo que ha cambiado la ciudad, de lo que ha cambiado el mundo. Cuando una guitarra era un ser vivo y no un tornillo en serie. Puede que abandonarse a la nostalgia sea dejar de vivir el presente sin poder recuperar el pasado, pero hay veces que es inevitable. Yo le echaré de menos. En menos de un mes abrirán una taberna con tapas de diseño en el pequeño local que albergó tanto arte y sentimiento. Nada será lo mismo y, esta vez, bien que me duele. Ha sido un placer señor. Nunca sabré su nombre y, por esas cosas extrañas de la vida, nunca le olvidaré.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cambiar al señor de la guitarra por un bar de tapas de diseño,me parece un retroceso en estos tiempos de los colesteroles.