2 de septiembre de 2006

Despedidas de soltero

Mi apretada agenda social me llevó a decidir un buen día no acudir a ninguna fiesta para no establecer agravios comparativos entre tanta gente que mataba por contar con mi inestimable presencia. No había cóctel, party o guateque (suena un poco antiguo pero me entienden) que no se pelearan porque mi conversación amenizara cualquier evento en el que el 'todo Madrid' se quedaba boquiabierto ante mis recursos dialécticos y mi porte. No me pagaban como a la Obregón o a la Preysler, pero se cenaba de gorra y se bebía por el mismo precio y eso, en un periodista, son cosas mayores y vocacionales. Ya lo dijo el clásico del oficio. "Cuántos langostinos hemos de comer para llevar unos garbanzos a casa". Desde entonces me he vuelto huraño y hostil, más que nada por hacerme el interesante, y apenas salgo de casa. Ayer hice una esforzada excepción y mereció la pena aunque sólo fuera para comprobar que, en efecto, uno está ya para poco festejo y sufre viendo las turgencias de las jóvenes. Con lo que yo fuí, señor mío. Y lo peor fue el regreso (solo, claro). Pasaban las dos de la madrugada (Jesús, María y José, sólo escribirlo me estremece) cuando mi sultán me recibía con el mismo regocijo que si hubiera salido ileso del Líbano. Me disponía a preparar un 'sanguiche' (ha bajado mucho la tendencia gastronómica 'journalist patilleison') cuando de la calle llegaba un clamor desafinado tal que 'Ave María, cuando serás mía' alternado con 'Corazón latino...bla, bla, bla'. Me asomé desazonado y allí estaban ellos. Una entrañable despedida de soltero. A esas horas impropias seguían vociferando embutidos todos ellos en unas camisetas negras con una leyenda que no logré ver pero que uno puede fácilmente adivinar. 'Pacorro, se te acabó lo bueno' o 'Pacorro, jódete, dejas a los colegas y a soportar a la mujé'. El atuendo se completaba con unas gafas negras y con algún pelucón tipo Jackson Five. Un cromo, vamos. Desde la terraza vi como solicitaban a tres mozas que se hicieran una foto con ellos en plan 'con éstas fue con las que tampoco ligamos' y como ellas accedían ya que los zagales, hay que decirlo, más que para seducir estaban para una acción social. Ni siquiera comprendo cómo lograron colocar a uno de ellos en el altar. Nunca he entendido tampoco que se celebra en estos ibéricos eventos. Debería ser la felicidad venidera derivada de la santa institución del matrimonio mas, visto lo visto, parece el último día de la condicional antes de volver al Dueso. Claro que, no es por ser agorero, pero recién leía (una licencia porteña) las estadísticas sobre las uniones de este tipo y son para echarse a temblar. Un diario se encargaba de dar realce a los datos con objeto de ejemplificar que este país se va al carajo. En España, cada tres minutos y medio se rompe una familia. Caramba, y eso que sólo llevamos una jornada de Liga. Me recuerda al gran Gila. En Nueva York atropellan a un peatón cada cinco minutos. Pues cómo debe estar el pobrecillo, decía Gila. Pues eso, que no hay que hacer mucho caso. A casarse y a procrear que como me quede sin pensión os vais a enterar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las despedidas de solteros, antes acababan en clubs de alterne después de las buenas comidas y bebidas.Las mujeres se lo hacían más suave.Ahora con la igualdad de géneros, muchas despedidas de solteras son verdaderas bacanales al estilo romano.Qué pena no tener el cuerpecito serrano de los boys, que el menda se habría apuntado al tema.