28 de mayo de 2006

¡Qué fatiga!

Desde que era un jovenzuelo jovial y zascandil soy diario comprador de periódico. Hasta hoy mi fidelidad ha sido inmaculada aunque, para qué engañarnos, cada vez lo leo menos salvo por obligaciones del tajo que me reporta la nómina. Sin embargo, he de reconocer que, cada domingo, cuando, como un ciudadano intachable, voy a comprar el pan, paseo a mi perro y me acerco al quiosco, me sudan las manos y las piernas comienzan a temblarme. Sé la causa de este temor y no es otra que las malditas promociones. No sabe uno si bajar con una bolsa para la pistola y el croissant o con un contenedor para meter el curso de cocina, el tomo de historia del arte, el dvd de cómo aprender japonés en diez días, los cedés de bricolaje o la primera pieza para que te construyas un portaaviones. Por Dios bendito si solo quiero sentir el tacto de las hojas y mancharme los dedos de tinta, echar un vistazo somero, ver las esquelas a ver si todavía no estoy en ellas o saber de primera mano la última desgracia de mi equipo de fútbol ¿Por qué tanta inquina y tanta tortura? Prometo y juro que hoy he visto cómo con una revista te regalaban una garrafa de suavizante de casi cinco litros. A este paso en vez de vender la prensa en quiosco habrá que hacerlo en la Plaza de las Ventas para que te puedan entrar todas las promociones. No sé si se habrán percatado, seguro que sí porque me he dado cuenta hasta yo, de la desproporción que existe entre el tamaño del cartón y el objeto que te llevas. Ejemplo. Si, por un casual, compras la primera oferta de unas películas en dvd, el cartón que las soporta viene a ser del tamaño de una pantalla de cine. Por eso, cada domingo y allá por septiembre que es cuando te sacan en masa las colecciones de todo tipo salgo atemorizado, me asomo a ver cómo mi pobre quiosquero, que encima es del Atleti, tarda horas en colocar con sus pinzas la avalancha de productos mientras blasfema y se arrepiente de no haber estudiado para por lo menos poder haber sido mozo de los recados del Champion. A veces apenas se le ve la cabeza rodeado de esos tercos enémigos, acorralado por soldaditos de plomo, coches de época, muñecas de porcelana, plumas de imitación, réplicas de balones, bufandas, pareos, cubos y palas para la playa y, entre todo ese maremagnum, alguna revista de literatura o cualquier otra cosa sin importancia. Debe ser que la venta de prensa debe andar muy mal pero dudo que la mejor solución sea tener que comprarte un baúl para meter todo lo que te regalan con el agravante de que las noticias siguen siendo pésimas y el mundo no cambia. Claro que eso debe ser lo menos transcendente.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo me libro de esa tortura.Hace tiempo hice alguna colección de mapas y diccionarios etc, y compraba.Ya o leo en el bar o ojeo un poco por el internette.No compro, pues no tengo ningún periódico que me guste.

cambalache dijo...

Pues no sabes qué decisión tan sabia has tomado. Yo la verdad es que lo compro por costumbre pero no puedo evitarlo.

Anónimo dijo...

Se escribe "u ojeo", pero es que no me hace ninguna gracia.

Anónimo dijo...

Je, pues yo a lo mejor aprendo cómo decir hola en chino con la primera lección en Cd ¿O era en alemán, italiano y francés?

Dios! si hubiera tenido en mis manos esta primera entrega cuando me prometieron un trabajo si aprendia japonés en un año....!

cambalache dijo...

Sí, eso es cómo conozca Europa en autobús en diez días. Ya ironizaba sobre ello el gran Gila. Un saludo