29 de mayo de 2006

Un markéting de la hostia

No es que pretenda provocar. El título obedece a mi asistencia como invitado a una Primera Comunión. No soy asiduo a estos actos ni a otros de similares fanfarrias pero la amistad está a veces muy por encima de los prejuicios. Después de todo me vino hasta bien haber asistido y no sólo por la abundante comilona sino por comprobar de primera mano cómo el aluvión de obsequios para el chaval te hacen replantearte de pronto la fe. Un chollo, oiga. Quien más quien menos, los de cuarenta para arriba por lo menos, recordamos el bolígrafo y el reloj por todo botín; alguna pesetilla que algún familiar lejano te daba con el disimulo de una transacción de opiáceos y poco más. Y eso después del acojono y el esfuerzo por no morder la sagrada forma que se te pegaba al paladar y no había Dios (bueno si había sino de qué íbamos a estar ahí) que la bajara. Ahora, según me contó el zagal, les dicen que es mejor no morderla pero, vamos, que si la mastican como un chicle tampoco pasa nada. Así por encima, por la gracia del Señor, y la generosidad de los presentes, cayeron del cielo la Play Station 2, un mando complementario, una cámara de video, cuatro videojuegos, un móvil y un álbum de fotos. Como se entere mi sobrino les va a decir a sus padres que muy bien eso de ser enrollados y esperar a que la fe caiga sobre su cabeza en forma de lengua de fuego y que sea él quien decida si quiere ser católico, musulmán, no creo porque le gusta mucho el jamón, o medio pensionista, pero que lo primero traje de almirante y regalos a tutiplén y luego ya veremos si confirmamos o no en función de las previsiones de los pesebres. La foto de la Comunión marca un punto de inflexión en la vida de cada cual. Esto ha cambiado poco, la verdad. Hace poco tiempo barajamos exponer en un bar de mi barrio la instantánea que cada colega padeció en ese día. En mi caso, el gesto ceñudo y la cara de borrico dejan al hombre de Cromagnon a la altura de Brad Pitt. Eso sí, iba como un pincel aunque en casa, como éramos de escasos posibles, luego se reciclaba la chaqueta del traje eliminando los entorchados de los hombros y te servía para la siguiente, esta vez en condición de invitado. Desde luego las autoridades eclesiásticas en vez de estar de uñas con el gobierno por la educación o los matrimonios gays deberían plantearse seriamente cómo les bajan las vocaciones y los índices de audiencia de las misas cuando la Primera Comunión se ha convertido, más que en un sacramento, en un anticipo de Papá Noel o los Reyes Magos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El único traje que he tenido en mi vida fue el de la comunión.Recuerdo que comulgué en "pecado", a ver que pasaba con eso del sacrilegio, y no pasó nada de nada.También recuerdo cómo me puse de gaseosa.

cambalache dijo...

Pues yo me he puesto ciego, y he de decirte que me ha hecho mucha ilusión, de cerezas de Navaconcejo, en concreto, para que veas que estoy informado, de la Cooperativa del Campo, Vega del Molino, 1. Por cierto, ya están a 3,5 euros. Un abrazo