15 de mayo de 2006

Desembarco de cayucos


Esta foto bastaría para que dejara de escribir ahora mismo. Mi barrio está en fiestas. La gente baila y bebe en la calle. Huele a zarajos y a gallinejas, a churros y a diversión. A este hombre quizás le haya merecido la pena jugarse la vida junto a otros muchos a bordo de unas cuantas maderas para que alguien le dé la galleta que se lleva a la boca. Él no sabe lo que son los zarajos ni las gallinejas ni sabe lo que es ponerse a régimen ahora que llega el verano. Tuvo mala suerte; cayó del lado equivocado. Les daremos una manta, algo calentito, que coman galletas hasta que se harten y luego, con las ceremonias diplómaticas correspondientes, les daremos una patada en el culo y los devolveremos sin certificar a su país de origen. No hablo de España, hablo del mundo de la opulencia, hablo de la hipocresía; hoy hablamos de ellos, incluido yo, porque han llegado a Canarias casi mil y las noticias muchas veces las marca la aritmética. Nos ponemos límites a la injusticia y a la repugnancia en función de la cantidad. Mala conciencia al peso. No hago demagogia, ya sé que no entramos todos como sé que siempre se quedan fuera los mismos, los que vienen a comer las sobras que dejan nuestros perros. Son personas, seguramente incluso aman y sienten, sobre todo hambre, tanta como yo vergüenza. Llegan extenuados, rotos, deshidratados, muchos mueren en el camino, otros casi prefieren hacerlo en una tierra que al menos les recuenta y les envuelve en papel de plata. Cada vez que publican la lista de multimillonarios de Forbes, cada vez que uno sabe lo que se gastan en armas los gobiernos pudientes, los mismos que se las revenden luego a las naciones pobres para luego escandalizarse de sus atrocidades, uno, acaso sin razón pero sin poder evitarlo, se siente proporcionalmente cómplice y miserable. Algunos dicen que vienen a quitarnos el trabajo, pero yo creo que vienen a recordarnos la suerte que tenemos, que vienen a mirarnos a los ojos y recordarnos que cuando las cosas explotan alguna razón hay, que no son salvajes sino que están hartos. Se pueden elevar las alambradas, instalar satélites, llenar el mar de sofisticadas fragatas, lo que no se puede es eliminar la repugnancia de que en este siglo queramos tapar la boca con una galleta a aquellos que lo único que claman es unas migas de justicia. Por cierto, voy a cenarme unos sandwichs de Rodilla; no sé si podré con todos pero para eso tengo a mi perro al lado. Él no cayó en el lado equivocado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

gran artículo y demoledor y certero el final .Nuestros perros comen mejor que millones de personas.Lo que dices es la realidad de una política de multimillonarios en carrera a ver quién es el que consigue tener más , sin importarles cuantos muertos dejan en el camino.
He leído la reseña de tu novela "Las miserias del héroe" y me da buena espina.Son tiempos que me tocó vivir en parte, pues tengo 10 años más que tu, y vivo en el medio rural trabajando de agricultor. Un saludo.

cambalache dijo...

Dame tu nombre y dirección y te la mandaré dedicada porque tanta fidelidad a mis artículos es lo mínimo que merece. De verdad hazlo que me hace mucha ilusión; creo que te va a gustar mucho. Un abrazo.

cambalache dijo...

Si quieres envíame los datos a mi email: gtemprano@telefonica.net