18 de mayo de 2006

Nuevo siglo, viejas costumbres

Hace muchos, muchísimos años, allá por la prehistoria democrática del año 77, año de las primeras elecciones y de la irrepetible adolescencia, a un colega del barrio unos policías le introdujeron en un furgón policial y le dieron una brutal paliza. No tendría ni dieciséis años. Su pecado fue más bien venial aunque las patadas y puñetazos respondieran casi a la comisión de un atentado. Por aquel entonces, en pleno fervor político, se puso de moda llevar unos imperdibles con los colores propios de algunas incipientes autonomías o rojos con una cuenta amarilla, los comunistas, para demostrar que uno ya podía no sólo pensar sino decir lo que pensaba y presumir de todo lo que se había callado. Para nosotros era casi más un juego que una sesusa reivindicación pues no llegábamos más allá de demandar canicas americanas o chapines de Martini que eran los más competitivos. Azaña nos sonaba, como mucho, a 'Hazañas bélicas, aquellos tebeos apaisados que los más talluditos recordarán. En su caso, en el del amigo agredido, las cuentas eran rojas, amarillas y lilas. La exhibición minúscula de ese símbolo republicano le valió a aquel casi niño una paliza propia de estibador de puerto. Han pasado casi 30 años pero parece que fue ayer. Nunca he ocultado mi fiel ahesión a la República como forma de gobierno más actual y propia del siglo XXI como tampoco mi respeto a aquellos que se desviven por rozar la mano del Rey o del Príncipe. Quizás este recuerdo tuvo mucho que ver en esta orientación a que las decisiones ciudadanas prevalezcan sobre el árbol genealógico de cualquier dinastía. Hace sólo dos días, es decir en el año 2006 (después de Cristo, creo), dos hermanos de la localidad madrileña de Móstoles han sido detenidos, agredidos y vejados por la Policía por ondear una bandera republicana y proferir gritos a favor de esta forma de gobierno durante la visita de los Príncipes. Digo de forma tan tajante que así ha sido porque, por razones que no vienen al caso por prolijas y tangenciales, he conocido de primera mano el caso. No tuve edad para presumir hoy de haberme jugado el pellejo por la democracia, ni la cara y el desparpajo para mentir y atribuirme medallas que no me corresponden. Otros tienen menos escrúpulos y lo dicen tan panchos al tiempo que te hablan de su activismo en el París del 68 que debía estar con las plazas hoteleras saturadas con tanto español progre y arriesgado. Allá cada cual. Sólo digo, y no es poco, que este suceso me parece de una gravedad extrema y ya no por lo que tiene de nauseabundo por sí mismo (insultos, comentarios groseros y machistas hacia una cría de diecinueve años que admite haberse orinado encima de miedo, ausencia de habeas corpus, guantazos, mofas por su condición de rojos, calabozos por separado, demora en la asistencia sanitaria). No continuo la enumeración porque lo siguiente será el insulto (el que yo proferiré) y no quiero ni debo ponerme a la altura de estos individuos. Lo mío es la palabra. Su justificación, la de la Policía, es de una solidez aplastante: primero agredieron ellos. Sin duda muy creíble que una chavala de 19 años (que reconoce haber mordido a un policía de la rabia) y un chaval de 24 muelan a palos a una brigada de antidisturbios. Me puede y me duele la impotencia y la desolación. Ya sé que no son todos, pero ¿quién le pondrá de una santa o puñetera vez el cascábel al gato? ¿quién les convencerá a las Fuerzas de Seguridad tantas veces elogiadas, algunas con motivo, que son servidores públicos y no matones con placa? ¿Cómo es posible que ocurran estas cosas? En tono menor, con motivo de las fiestas patronales de esta ciudad, una pareja de policias municipales ('guindillas' a efectos populares) se acercaron al bar de un amigo a decirle con aires chulescos que no se podía beber en la calle. Al esgrimir el propietario que la ley, como así se recoge, sí lo permite en caso de fiestas, la contestación fue "la ley soy yo". Si tuviera el cuerpo para ironías le recordaría que las oposiciones que aprobó (o el temario era muy sencillo o se copió) eran para ser funcionario público no para extra de una política de Charles Bronson, pero hoy no está la cosa para muchas bromas. La libertad, cuando se pone en riesgo, no mueve a la risa. Sé que el nuevo ministro Rubalcaba está muy ocupado con el asunto de ETA pero si Interior no toma medidas urgentes, investiga y castiga a los culpables de semejante agresión a la democracia será cómplice en retrotraernos a unos tiempos aciagos en los que pensar era sospechoso y discrepar simplemente un delito. En sus manos está no llenarse la boca con palabras y responder con hechos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo Cambalache te cuelgo esta noticia ya que en cierto modo te concierne ¡Saludos!

"Ultraderecha, racismo y represión"

Cambalache
Glayiu

El viernes 12 de mayo un grupo de tres personas arrojó una bengala en el interior de el local cambalache (Oviedo) en el que se estaba celebrando una charla bajo el título de “Represión y Movimientos Sociales” organizada por el colectivo Calecer (Colectivu Asturianu poles Llibertaes y Escontra la Represión). La bengala llenó de humo el local, quemó la parte del suelo en la que cayó y obligó a suspender el acto durante media hora. Se reanudó en el convencimiento de que era necesario evitar que el boicot a la charla cumpliese su objetivo. Las personas que arrojaron la bengala huyeron gracias a un automóvil que les estaba esperando. El grado de organización de la acción y el contenido de la charla que se trató de boicotear apuntan claramente a la responsabilidad de la extrema derecha.

No por casualidad, la persona que impartía la charla era Mikel Korta, uno de los imputados en el proceso 18/98 que lleva cinco meses celebrándose en Madrid en la Audiencia Nacional. El 18/98 es uno de los mayores juicios políticos que se celebra en el Estado desde la transición política contra la izquierda social, política y sindical vasca. Ese proceso, en el que están siendo vulnerados muchos de los derechos procesales de las personas imputadas, constituye un poderoso instrumento contra la represión de los movimientos sociales de Euskadi.

El 18/98, en todo caso, forma parte de una lógica de represión y control jurídico, policial y social contra todos aquellos movimientos que se oponen al pensamiento único y a las políticas hegemónicas. La aplicación cada vez más sistemática de la ley antiterrorista, las cargas policiales, la criminalización de toda forma de disidencia, ilustran los escasos márgenes para la libertad de expresión que permite nuestra monarquía parlamentaria.

Desde hace algún tiempo, estamos asistiendo a un proceso de reestructuración del discurso y de las prácticas de la ultraderecha, articuladas crecientemente en torno a la cuestión de la inmigración. El caldo de cultivo de este nuevo fascismo, al igual que ha sucedido en otras épocas, radica en una sociedad cada vez más violenta y militarizada, en una juventud asolada por el paro y la precariedad. La asociación de inmigración e inseguridad, presente en todos los discursos oficiales, da alas a las consignas de partidos ultraderechistas como Democracia Nacional.

El capitalismo global es, sin embargo, causante de inseguridad al por mayor, en una escala sin precedentes históricos: la inseguridad alimentaria que sufren más de mil millones de personas en el planeta, la inseguridad jurídica de las personas que se ven obligadas a emigrar de la tierra en la que deberían poder vivir dignamente, la inseguridad en el empleo que convierte en papel mojado los derechos laborales de la mayoría de la población, etc.

La represión de los movimientos sociales y las acciones fascistas de la ultraderecha no son sólo hechos que deban denunciarse y combatirse. Son parte de una sociedad violenta y patriarcal, caracterizada por la guerra, la inseguridad jurídica, la precaridad laboral... Articular fuerzas contra este modelo de sociedad es, por tanto, una tarea urgente y necesaria.

cambalache dijo...

Muchas gracias por el interesante artículo. La verdad es que quizás a mi generación, que padeció los últimos estertores de la represión, acaso le afecten más estos hechos porque te dan idea de que, a menudo, no aprendemos de nuestros errores. No puedo entender, de verdad, cómo una policía de un país democrático puede actuar de semejante manera. Como ellos mismos dijeron a los chavales: "aquí lo único que ha cambiado es el color de los uniformes" Me resisto a creerlo pero me duelo sólo que lo piense algún energúmeno. Un saludo

Anónimo dijo...

No todos los policias son así, pero hay demasiados que van de matones.Por lo que se ve los mandos les lavan bien el cerebro a los que no le tengan lavado antes de ingresar en el cuerpo.A cualquier imbécil, le das una porra y una pistola y se cree el rey del mambo, cuando no es más que un malpagado para , en demasiados casos, defendera los que no son de su clase social.Esbirros en definitiva.
Conocía el caso de los chicos de la bandera republicana, y me ha jodido más que sorprendido.No me gusta ninguna bandera, pero al menos esa bandera es constitucional , pero aún no sé de ningún caso en el que hayan apaleado a los fascistas por sacar una bandera que según dicen no lo es.Y mira que han tenido ocasiones.

cambalache dijo...

Sólo hace falta ver los ultras de los campos de fútbol