20 de marzo de 2006

Pepe Cruz

El flamenco es cosa grande. Yo lo aprendí hace ya muchos años por una de esas benditas casualidades que te envenenan dulcemente la vida. Empezaba la década de las 90 y, no sé muy bien por qué, me dejé caer una noche por un 'colmao' flamenco regentado por un hombre de bien que, con el tiempo, se convertiría en un entrañable amigo, Francisco Alcolea, 'Francis' para todos, señorito o albañil que igual trato merecía uno y otro. La vieja 'Soleá' se convirtió desde entonces en el diminuto paraíso en el que uno olvidaba sus penas a fuerza de escuchar cómo otros las expulsaban a través de su arte. El de Pepe Cruz era y es inmenso. Recuerdo la expectación que levantaba su presencia, el ansia por escucharle, su absoluta modestia, su silencio sólo quebrado cuando el flamenco fluía por sus venas y se arrancaba a cantar ayudado por sus 'campanillas en la garganta' como una noche lo definiera Antonio González 'Retija', estupendo cantaor y manchego cabal. A uno le entristece saber que ya no habrá noches como aquellas, apiñados en los pocos metros de aquel 'colmao', pero también le alegra haber tenido la fortuna de deleitarse con aquel cante de Pepe que eriza el vello y acongoja el alma. En una de las muchas mudanzas que ya contabilizo en mi vida perdí una cinta de cassette con un amplio repertorio y juro que mi disgusto jamás tendrá consuelo. Viene todo a cuento porque, gracias a este invento, he sabido que, próximamente, sacará su primer disco (ya tiene una granaina sublime grabada en el cedé 'Una noche en La Soleá') y le deseo toda la suerte que yo he tenido por poder escucharle con toda su entrega y generosidad. Hace sólo un par de semanas coincidimos en el Albeniz en un recital flamenco; le saludé y no me recordaba. Han pasado demasiados años y no cabe ningún reproche; una cara se olvida pero un sentimiento jamás. Por eso, y por otras muchas cosas, en mi próxima novela, Pepe Cruz, junto a otros hombres cabales que me envenenaron de su arte flamenco, figura entre los agradecimientos porque me enseño que no cabe arte más grande ni pasión más innegociable que paladear un buen cante. Y el suyo, hagánme caso, es de los mejores.

No hay comentarios: