Siempre me han dado miedo la apelación a las patrias. Nunca he sabido exactamente qué es una patria. Si un destino en lo universal, que se decía en el franquismo, o simplemente las fronteras que delimitan las tabernas que frecuento. En todo caso no entiendo la patria como un ente abstracto tras el que se escudan las hienas expectantes a que la carroña revolotee para saltar sobre ella y sacar tajada. Si miedo me da ese recurso inquietante a salvar la patria igual temor me merecen quienes, en virtud de no sé qué atribuciones, se permiten dispensar o no diplomas de buen o mal patriota. Rajoy (hoy me refiero a él por su apellido porque la cosa es seria) sigue iluminado por la única verdad y en su habitual sermón de los domingos se permite asegurar que lo único patriótico sería hacer lo que él y su partido digan. Yo no sé si soy patriota o no, pero sí sé que deseo que los asesinos dejen de serlo, que los terroristas dejen de hacer oficio del dolor; yo no tengo la razón absoluta señor Rajoy, tengo muchas dudas pero sí tengo claro que nunca la desolación de las víctimas y sus familiares puede ni tan siquiera restañarse mínimamente. Lo que no parece antipatriótico es intentar desterrar de esta patria que usted tanto implora esa lacra que tantas vidas ha costado y, en consecuencia, que ya no haya más víctimas y no sean necesarios más congresos que ustedes utilizan para sacar provecho. Su partido se sentó con los terroristas y nadie les llamó traidores ni antipatriotas; hoy, sin saberlo siquiera, ustedes dan por hecho que este gobierno democrático mendiga una tregua. Tampoco sé si cabe mayor vileza política pero, como en tantas ocasiones, permítame que aquí también exponga mis dudas.
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