20 de noviembre de 2005

¿Quo vadis, Florentino?

Florentino llegó al Real Madrid encendiendo puros con billetes de a 500 euros. Quizás abducido por su exitosa carrera empresarial creyó que ser los más ricos nos iba a hacer ser los mejores. Confundió el reto de vender camisetas de Beckam en Plutón con el acaso más modesto para él de ganar títulos y hacer a mucha gente feliz aunque sólo fuese por unas horas. El señor Pérez nos obsequió ayer con una humillación en toda regla. Sin querer nos abrió los ojos, nos dejó a media digestión del bocadillo y con un humor de perros para el domingo. Ayer, precisamente contra el eterno rival, un espléndido y envidiable Barça, se conjuraron todos los astros, aquellos que, por lo visto le hacen un ser superior, y colisionaron contra sus propias narices. Una cosa, permítame don Florentino, es coleccionar cromos y otra bien distinta tener un gran equipo. Por mucho que usted diga que seguimos siendo la envidia del planeta. Una memez que a los forofos críticos nos produce sarpullidos. Mire usted, don Floren, por mucho que le conmueva que un niño chino le pida un autógrafo y lleve la camiseta de Zidane le aconsejo, desde la más absoluta modestia, que no descuide el patio de casa. Tendría seis años cuando mi tío Nino, que en gloria esté, me llevó al Bernabéu y me inoculó este veneno del que no me he podido sacudir. El olor del césped, las carreras de Gento, ya en el ocaso de su carrera, los pases milimétricos de Velázquez o los regates de Amancio se quedaron para siempre en mi memoria. Aquellos que cambiariamos cualquier cosa por meter un gol en el santuario de nuestra niñez no perdonamos la arrogancia. Nos criamos en otro concepto según el cual los títulos se ganan a base de buen juego y tesón no a fuerza de firmar talones a menudo de manera caprichosa. Usted llegó con el loable empeño de confeccionar el mejor equipo del planeta y, por el momento, se ha quedado en el equipo que mejor sabe vender sus camisetas. Recuerde que la camiseta del Madrid no es sólo un producto de markéting. Está tejida con una historia de leyenda y ayer esa leyenda fue sólo un fantasma que arrastraba sus miserias por el césped. Lo peor, con ser doloroso, no es la derrota, lo peor fue que uno acabó por rendirse. Cuando de la irritación se pasa a la impotencia y de ésta al bochorno ya se pueden vender llaveros y camisetas, señor Pérez. Sólo servirá para que usted presente unas cuentas excelentes. Lástima que la pasión y los sentimientos no coticen en bolsa.

1 comentario:

Librería Méndez dijo...

Nunca me ha molestado tanto llevar la razón y no precisamente la de Anson.
Saludo, querido. Ah y ¡¡¡Viva Redondo!!!!