Me iba a dormir y leo el teletipo que informa de la muerte de Kike Turmix. Todos los que, en alguna ocasión, lo vimos por Malasaña o escuchamos la música que pinchaba en los garitos de entonces le echaremos de menos. No tanto, en mi caso, por el trato personal sino porque su adiós nos certifica la voracidad desmesurada del tiempo. Yo le conocí en el Ágapo a finales de los ochenta cuando pinchaba, orondo y ágil a la vez, en una cabina situada casi a la altura del techo. El Ágapo (ya ni siquiera sé si sigue abierto) era un bar golfo en unos tiempos golfos, los de la 'tardomovida' ya casi agónica, que frecuentaba por aquel entonces. Todavía recuerdo la ruta 'malasañera' como si fuese ayer y han pasado veinte años que, por mucho que diga el tango, es una barbaridad. Parada en 'El Maragato', en el bar de los iraníes frente a la Vía Láctea, en El Malandro para desembarcar a última hora de la noche en el Ágapo. Y allí exhibición de tribus urbanas y humo, mucho humo. Hoy, tras esa niebla de porros, acierto a ver la silueta enorme de Kike Turmix y uno no puede por menos que desearle un buen último viaje y darle las gracias por los buenos ratos a los que él puso la música y nosotros nuestra juventud.
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