Rajoy ha dejado de ser jefe de la oposición para presidir el club de fans de José María Aznar. No es de extrañar. Ha afirmado que, en estos tiempos sombríos que asolan lo que queda de España, la incomensurable figura de Jose crece como la gripe aviar. Al parecer se multiplica por 150 millones de no sabemos qué para irradiar desde el púlpito de su grandeza consejos y monsergas para salvar España, que crezca la economía, que no entren más inmigrantes y, ya puestos, para que no se peguen las lentejas y salgan las manchas de vino de las camisas ya que su sabiduría sólo conoce la barrera del infinito. Rajoy ha asegurado, y al parecer lo decía en serio, que Aznar colocó a España en la vanguardia mundial, que su política exterior sacó a este país de las tinieblas, que su política económica hizo que, debajo de cualquier piedra, un parado de larga duración encontrara un chalet en La Moraleja, que no nos merecíamos un presidente así y que sólo (esto lo digo yo) esta maldita manía de celebrar elecciones cuando la derecha está en el poder y la ceguera de la mayoría de los españoles le ha llevado a ejercer de jefe de la oposición 'bis' haya por donde va. Señor Rajoy, si tanto le echa de menos proponga a su comunidad de vecinos que le nombren presidente de su bloque. Más allá de eso a mi la simple posibilidad de verle otra vez enfrentarse a las duras e incómodas entrevistas del gran periodista Alfredo Urdaci me pone los pelos como escarpias. Déjele que lleve su apostolado a las universidades del mundo, que los estudiantes del universo conozcan de primera mano sus transgresoras teorías, su domino del inglés, su estudiado rictus de estadista descomunal. Si quiere, yo, desde este humilde rincón cibernético, propongo que su inugualable perfil ilustre sellos y monedas, que le pongan su nombre a una avenida o un busto en Valladolid, pero, por favor, don Mariano, no me le da palmas que se me pone a bailar y, visto lo visto, fíjese lo que le digo, incluso le prefiero a usted. Qué dura elección.
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