14 de junio de 2007

El más grande



Madre me contagió su amor a la copla y yo a cambio logré que acabara silbando el Blowin in the wind mientras limpiaba el polvo del salón. Aquella cinta de casette, que por desgracia no conservo, había sido en su origen una clase de un curso de inglés pero con nuestras primitivas artes del reciclaje (unos pequeños trozos de celo adheridos a la parte superior) acabó por ser la banda sonora de aquellos felices años. Su voz medio gangosa y el lamento de su armónica sobrecogieron aquel corazón joven que se creía capaz de cambiar el mundo. Yo llegué a Dylan por culpa de El Corte Inglés (ciertamente, como él mismo decía, los tiempos habían cambiado). Por una de esas benditas casualidades que a veces procuran que, por ejemplo, vayas a cambiar unos zapatos a una tienda y cuando regresas a casa te haya cambiado la vida y los zapatos te sigan apretando. En mi caso fui a cambiar un disco que me habían dado rayado (confieso que era la banda sonora de Grease) y, por falta de existencias debido al furor travoltista de la época, me acabé llevando un vinilo de Kansas y el Street Legal que Dylan acababa de publicar. Era a finales de los setenta. Luego vino aquella cinta prestada y de inmediato mi absoluta devoción. Todavía conservo recortes de prensa de hace treinta años, críticas, entrevistas, reseñas, libros, programas de mano y, por supuesto, la entrada de su primer concierto en España. Este mismo mes hará veinticuatro años. No lo voy a decir, pero cómo pasa el tiempo. Era tal mi sacerdocio dylaniano que me hice ochocientos kilómetros de tren para ver al profeta y recuerdo que cuando escuché las primeras notas de 'Like a rolling stone' (una de las canciones más sublimes de la historia) se me saltaron las lágrimas. No me arrepentí, claro está. Luego, con los años, le he vuelto a ver varias veces más en concierto. Nada parecido a la primera vez. Ya sé que a menudo uno no echa de menos las cosas ni las personas sino la edad que tenía cuando las conoció, pero aquella noche vallecana ocupa un lugar preferente en la trastienda de mi memoria. P.D: Por cierto, creo que le han dado un premio. Mucha falta no le hace pero si sirve para que alguien se acerque a su poesía, bienvenido sea. Dylan, el más grande. No insistan (lo dicho Paredes, no insistas). No suelo discutir cuando tengo razón.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues nada, pa ti la perra gorda.Yo como buen Tauro, erre que erre:No le perdono sus deslices religiosos.Uno no es que solo no sea creyente, sino que tengo el anticlericalismo en los tuétanos.Tengo mis razones, que darían para una tesis.

Me quedo con la poesía irreverente de Krahe.

paredes

cambalache dijo...

Ya somos dos tauros. Yo lo que no le perdono es su silencio cómplice en la guerra de Irak. No a quien fue capaz de escribir la escalofriante canción 'Señores de la guerra', pero eso no le baja de mi altar. Soy un blando

Anónimo dijo...

Creo que no debemos ser muy exigentes con Dylan. Es estadounidense y eso no debe ser fácil.Vaale, seguro que no sería igual de indulgente con los Bee Gees o con Kansas. ¿Te gustaba el "falsete" eh Germán?. Ya me lo contarás, por lo demás de acuerdo contigo. Un abrazo

Anónimo dijo...

Tengo la impresión que de tanto poner estos dias la música de Dylan, está lloviendo y nos está jodiendo las picotas.Eso ya me preocupa más.

paredes

cambalache dijo...

Coño y a mí. Lo primero es lo primero.