19 de mayo de 2007

Caldos Quevedo


Debe ser que soy muy zoquete. No hace falta que se pronuncien sobre el asunto que tampoco es esto un sondeo del CIS y ya les voy conociendo. Basta con un no sabe / contesta. Digo que soy de natural marmolillo porque no acaba uno de cogerle el aire a esto de sacarles el DNI a los huesos. Si les digo la verdad sólo me importan los de las aceitunas y únicamente para evitarme una sorpresa tipo roscón de Reyes a la hora del alivio digestivo. Como ven, ese escueto puñado de restos óseos que no servirían para hervir el caldo de un asilo son nada menos que lo que queda del gran don Francisco de Quevedo a quien un servidor reverencia sin fisuras. Grande entre los grandes. De eso a que analicen hasta la última muesca de la tibia o el peroné para saber si esos huesecillos pertenecen a don Paco o a un señor de Burgos media un abismo. Dicen que en este caso el fémur ha sido fundamental ya que en él han detectado la cojera de Quevedo ¿Fue el único cojo en todo el siglo de Oro? Ya es mala suerte, la verdad.

Mi aversión a este tipo de investigación no es ajena al rencor que aún guardo a un suceso que viví de cerca y que me tuvo encabronado durante meses. Un buen amigo mío, colega de profesión, de los pocos que me reconcilian con el oficio, inició cierto día un serial sobre el paradero de los huesos de Velázquez. Ya podía mi querido Vicentín haberse dedicado a editar los crucigramas o a repasar las parrillas de la TV que lleva su tiempo y aburre una barbaridad. Pues no. Como gran profesional que es, empeñose en desverlar el misterio y para que quisimos más. Madrid, una ciudad en la que uno puede trabar amistad e incluso darse un buen revolcón entre zanja y zanja, se vio asolada por la contumaz e inusual diligencia del Ayuntamiento. Siempre corren cuando menos se les necesita.

Allí desembarcaron con la excavadora, el verdadero símbolo de mi ciudad muy por encima del oso (no les hablo del madroño porque lo taló Gallardón con las obras de la M-30) y se pusieron manos a la obra. Una frase hecha que en la capital alcanza la categoría de redundancia. La víctima fue la Plaza de Ramales pero podría haber sido sin miramientos el salón de su casa. No son nadie mis primos. Este singular e histórico rincón, pasto de las cámaras de los japos, fue destripado de arriba a abajo en función de las pistas que mi colega facilitaba a través de sus artículos.

De nada sirvió que le rogara de manera encarecida que desviara la atención y asegurara que, según un legajo posterior a la culminación de 'Las Meninas', los putos huesos del inmenso pintor sevillano habían ido a parar, tras un cúmulo de incidentes, al desierto del Gobi. Allí podrían escarbar en las dunas hasta hartarse. Pues nada. Él erre que erre. Claro, como vivía a las afueras, pues eso, él lo veía por la tele y los demás a jodernos. Qué falta de solidaridad. Aún no se lo he perdonado.

Por allí pasaron las autoridades a ver si se hacían alguna foto aunque fuera con los huesecillos sobrantes de una chuletada, sabuesos que se detenían unos segundos sobre la cagada de un semejante y, de manera inmediata, la zona era acordonada y devastada por las piquetas. Y los huesos sin aparecer. Menos mal que, al final, aprovecharon el estropicio y construyeron un aparcamiento subterráneo. Algo es algo. Sigo sin entenderlo ¿Qué importan los huesos de nadie salvo que vayas a hacer un cocido o seas mi sultán que sí que muestra un bárbaro interés por ello? Los huesos de Velázquez ¿pero lo importante no eran sus cuadros? Pues eso, coño ¿Lo has leído Vicentico?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Yace en esta tierra fría,
Digna de toda crianza,
La vieja cuya alabanza
Tantas plumas merecía.
Quevedo.

Y en cuanto a las primeras frases del artículo: No sé. No contesto.
César

Anónimo dijo...

¡Qué grande eres, German! Yo hice lo que pude por terminar una historia de búsqueda de los huesos del Velázquez que comenzó en el XIX. No salió bien, pero me lo pasé estupendamente, los lectores se divirtieron muchísimo, yo me llevé un par de disgustos profesionales con los siempre bien pensados colegas y tertulianos, y se resolvió el misterio: a Velázquez lo habían centrifugado hacía siglos porque ya no cabían más fiambres en la iglesia. Fue una historia urbana y me siento orgulloso. Los que peor lo pasaron fueron los vecinos de la zona, pero qué narices, eso es lo que tiene vivir en una gran y fabulosa ciudad.
Vicente.

Anónimo dijo...

Me encanta Quevedo, y de un tiempo a esta parte me recuerdo citando algo relacionado con el "zumo de Baco" que puso en uno de sus sonetos (creo) cuando se me aparece la imagen funesta del expresidente Aznar. Me alegra haber entrado en tu blog; eres periodista, a mí me queda poco, y has escrito libros, algo que estoy haciendo yo también, aunque a veces me entre un "miedo raro" a no saber si lo que expreso consigue llegar de la misma forma que pretendo

cambalache dijo...

Bueno, deduzco que te queda mucho tiempo. Para que te hagas una idea, mi primera novela la publiqué con dos ya en el cajón. Te mentiría si dijera que publicar es fácil, pero si de verdad te gusta no lo dejes. Un saludo y gracias por tu visita.

cambalache dijo...

Y a mi buen amigo Vicente, sólo un fuerte abrazo para él y los suyos