14 de marzo de 2007

Una de aliño

Les tengo en tan alta estima que he interrumpido mi bronceado por atenderles. No es del todo cierto. Que me hallaba tendido sobre la hamaca con la misma postura que si me hubiera caído de un quinto piso, sí, pero que lo haga por generosidad hacia ustedes ná de ná. Lo hago para afilar esa envidia que todo buen español guarda en lugar preeminente de su interior. Ya les dije que Mariano me había convencido para mudarme en un patriota de bien. Por eso, en calidad de tal, les restriego que estoy entregado al ocio, embadurnado en una crema contra el sol que me ha costado lo mismo que si en vez de combatirlo fuera a comprarlo y que tengo hincados los auriculares en los tímpanos escuchando a Falete. Espero que este ejercicio de sinceridad no aminore mis méritos laborales. Hace unos días me enviaron a casa el currículo de currela (bonito juego de palabras) y me quedé espantado de los años que llevo cotizados. Yo creo, que sin darme cuenta, fui víctima de explotación infantil y sólo pude ir a mi Comunión porque el capataz me dio permiso en la obra. Jesús, cómo pasa el tiempo. Si introduzco esta coletilla tan transgresora tan solo es para que vean que, si me pongo, hasta yo puedo ser vulgar. Si han llegado hasta aquí se habrán percatado que estas líneas destilan cierto tufo a aliño. Como si no tuviera nada que contar y me hubiera decidido a decir lo primero que se me pasaba por la cabeza. Más o menos como Zaplana en el Congreso pero desde mi casa. No les falta razón. Espero que sepan perdonarme. Me vuelvo al tostadero. Si se les ocurre algo no tienen más que decirlo. A sus pies.

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