4 de febrero de 2007

Vida de prejubileta

Si la salud me respeta aspiro a convertirme con los años en un jubileta ortodoxo y competitivo. Por ver obras, en Madrid no queda. Para ganar tiempo me he apuntado a clases de natación. Ya sé que no es lo mismo que inscribirse en el rally de Dakar o tan arriesgado como soportar hasta el final un mitin de Aznar y Rajoy. Sin embargo, para alguien que durante muchos años sólo conoció la litrona de Mahou como líquido elemento no deja de ser meritorio. Es una pena que mi escaso criterio tecnológico me impide compartir con ustedes un video de mi actuación en Escuela de Sirenas II. Es para verlo. No me refiero únicamente a mi estilo dentro del agua. Absolutamente lamentable, por otra parte. Los prolegómenos tampoco tienen desperdicio. Con estos avances de la ciencia ¿cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido inventar boinas impermeabilizadas? ¿Ustedes saben el sofocón que supone ponerse el gorro para alguien con el perímetro craneal por encima de la media? Y si sólo fuera eso. La presión en las sienes es tal que los ojos amenazan con huir de sus cuencas por no decirles que, una vez embutido, uno parece, siendo benevolente, el mismísimo hombre bala. Me he comprado hasta unas gafas acuáticas que también se las traen. Se te quedan tan pegadas que te da un aire a un soldador de astilleros y además no se ve un pijo. Igual es porque, con gafas o sin ellas, yo sigo con los ojos cerrados y con un pánico tremendo a emular al Titanic. El 'no te hundes' del profe empieza a sonarme a monserga. Para el flotamiento no sirven las lorzas. Se lo digo por si quería buscarse un pretexto para endilgarse una de callos y unas manitas de cerdo. Quién me mandará a mí con lo bonito que es el macramé. Estuve a punto de matricularme en mantenimiento pero para mantenerme igual de gorderas me quedo en casa viendo Bricomanía aunque no entienda una higa. Vaya en mi descargo que no crean que cualquiera obtiene plaza. Antes tienes que pasar una prueba de nivel. Consiste en decirle al profe que no tienes ni puta idea de nadar y que él no se lo crea hasta que te vea dentro de la piscina con el mismo tono en el cutis que una berenjena. Es entonces cuando, con una parsimonia impropia de haber presenciado casi un drama, te dice que estás en el nivel cero patatero ¿Para eso, que ya se lo había dicho yo, era necesaria esa humillación? La cosa no se queda ahí. El mismo día de la prueba (andaba más nervioso que en selectividad) me dice el propio que me tire de cabeza. Ensayé una de esas miradas elocuentes que te evitan malgastar una palabra. Le dije que no sabía pero que, si quería, me subía al trampolín de seis metros y le obsequiaba con un triple mortal rematado con medio tirabuzón. No te jode.

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