9 de mayo de 2006

El duro regreso

Me ha costado volver sin la frente marchita pero con pocas ganas, la verdad, y eso a pesar de los vientos huracanados y las gotas frías que han jalonado mi turbulenta estancia en tierras almerienses (cómo quiero yo a esa tierra). Es decir que si llega a hacer buen tiempo a estas horas estoy en busca y captura. Además de la dureza inherente de pasar de estar tumbado a la bartola a tener que levantarte a unas horas impropias de una persona con pasado bohemio como yo, me han privado del único aliciente que tenía para regresar. Tita Cervera finalmente no se atará a ningún árbol cual Juana de Arco de la ecología. Nunca imaginé cómo podía marcar tanto ser la ex esposa de un Tarzán (Lex Barker creo que se llamaba el buen hombre porque actor debía ser pésimo). Dicen las malas lenguas, a las que con tanta facilidad me uno, que Tita insistía mucho en el carácter centenario de los árboles en peligro porque ella misma vio cómo los plantaban. Chismes malévolos; seguro que era su espítiru ecologista el que la movía a tan singular hazaña aunque la verdad resulta un poco sospechoso que la baronesa (que sin ninguna ironía tiene los mismos derechos que cualquiera a defender lo que quiera) no se haya mostrado tan beligerante cuando las obras de Madrid se han llevado miles y miles de árboles. Es decir que, barrunto, que en vez de defender los árboles en general defendía los suyos propios en particular porque ocasiones para atarse a una acacia o incluso a un geranio en esta ciudad las ha tenido a patadas. Aunque me tuve que perder el espectáculo 'in situ' de la concentración lo que he podido ver no me ha defraudado. Quien la esperara con su 'kit manifa' (cualquier militante del PP que se precie podría haberle prestado alguno) se debería quedar decepcionado al verla de blanco inmaculado y con unos zapatos chanel que deben costar los mismo que cuatro motosierras. El acto, por obra y gracia de la señora, tornó un poco sainete con los viejos verdes (me refiero a los babosos no a los ecologistas) todavía relamiéndose con esos liftings que la asemejan a un muñeco de Mari Carmen (respeto por delante pero sin coartar la libertad del tropo y la figura literaria) y el populacho clamando por elevar a la baronesa a la categoria de alcaldesa no sé si porque el ripio era fácil o porque verdaderamente lo pensaban. El síndrome Julián Muñoz y sus pantalones de cuello alto pesa mucho en este país; quien dice que si este individuo llegó a portar bastón de mando la baronesa no puede con eso y con más con la ventaja que en vez de cartel de San Isidro en burdo papel podríamos sacar uno de los cuadros de la colección y pasarlo en procesión por los barrios.

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