Admito que la emoción casi me impide escribir estas palabras. Acabo de verles en una fotografía, subidos en un imponente escenario saludando a los fans. No se trataba del último concierto de Los Sabandeños, aunque por el número bien podría, ni de un adelanto de la Cabalgata de Reyes. Eran simplemente ellos. Gentes sin complejos. Y entre todos ellos destacaba la figura de José María Aznar que, por un día, ha aparcado sus sesudas conferencias de estadista in pectore para bajarse a la calle. Claro que no será la misma que cobijaba a los 'pancarteros' cuando el presidía esta nación que ya no lo es pero entonces sí lo era. En otra instantánea don Mariano pasa su brazo por el hombro de un Jose apesadumbrado. No es para menos ¡Él, que tanto hizo por la Constitución a través de sus artículos de aquella añorada y traicionera juventud! ¡Él, que tanto salió a la calle para pedir libertad cuando de verdad no la había! ¡Él, que mientras los chiquillos de su edad jugaban a las canicas hacía apostolado de la democracia! Quizás sea posible mayor hipocresía pero desde luego se hace difícil imaginarlo. Aquellos que renegaron de una Constitución que costó gran esfuerzo hoy la enarbolan como si ellos mismos la hubieran escrito con sangre, sudor y lágrimas. No importa. Están en su derecho. Esa es la grandeza de la democracia que muchos de ellos llevan con la resignación de un grano en el culo. En la misma Puerta del Sol que fue testigo de tanta tortura y represión resuena todavía el eco de un ¡Viva la libertad! que jamás podrá sonar tan desafinado. Aquellos que lo secundan son los mismos que se niegan a que usted se case con quien quiera o muera con la dignidad que desee; es decir piden libertad para lanzar sus insidias pero se la niegan a usted para que decida por sí mismo.
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