Es mi oportunidad y no pienso desaprovecharla. Me dejaré llevar, en esta ocasión con motivo, por esa costumbre tan racial y española de presumir de haber colaborado a empujar el carro del 'éxito'. Me explico. Yo estuve allí aquella noche. Hace ya diez años. Era un bar de copas del barrio de Salamanca decorado con motivos árabes. Ni siquiera recuerdo el nombre (¿Omar?, quizás) y allí nos presentamos unos cuántos 'plumillas' amigos del entonces colega de oficio Alberto San Juan por curiosidad y, para qué engañarnos, para llenar el local. Imagino que irían a comisión e invitar a unos cuantos periodistas a que abreven, aunque sea pagando, es garantía de una caja excelente. Alberto era un tipo entrañable (es), comprometido (es), ingenioso y guapo. En suma, un asco de tío. Y allí nos arrastró para ver la primera función de un grupo de teatro (ni siquiera llegaba entonces a alcanzar un nombre tan pomposo) que se llamaba 'Ración de Oreja' y que iba a estrenar su primera obra que luego bautizaría el nombre definitivo de la compañía, Animalario. Para ser más exacto se trataba de una serie de 'sketchs' (no sé si se escribe así pero se entiende) que él mismo había escrito en su mayor parte. Había algunos hilarantes, recuerdo uno protagonizado por Guillermo Toledo en el que informaba a sus padres que de mayor quería ser homosexual, otros ingeniosos y otros, intuyo porque la memoria flaquea, menos buenos. Hoy se les ha concedido el Premio Nacional de Teatro y creo que, incluso para ellos, se antoja un exceso. No lo afirmo, ni mucho menos, porque no lo merezcan sino porque, queramos o no, aquellos que hemos vivido su trayectoria desde el comienzo nos vemos ya devorados por la púrpura del oficialismo y nos incomoda compartir la popularidad con el común de los mortales. Durante esta década he tenido oportunidad de seguirlos, no en todas sus propuestas, y he de reconocer que algunas cosas me han gustado y otras no tanto, pero, por encima de los juicios puntuales, siempre estará el reconocimiento a la coherencia y a la vocación por llevar a cabo aquello que te pide el cuerpo. Recuerdo, por ejemplo, con especial cariño el ensayo general con público en el polideportivo Magariños de 'El fin de los sueños' con un Fernando Tejero entonces desconocido y alguna que otra obra arriesgada como 'Pornografía barata'. En cualquier caso, vaya mi enhorabuena para todos y el recordatorio, a buen seguro innecesario, de que los premios son tan caprichosos como el destino y que no hay premio más deseable que el perseverar en la crítica y el ser incómodo al poderoso. El teatro es un arma inmejorable. Enhorabuena.
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