Ya sé que estas trifulcas corporativistas entre periodistas se la traen al pairo y muy bien que hacen pero, de vez en cuando, concédanme un desahogo porque si me muerdo la lengua acaso me envenene y yo sé que casi todos me quieren bien. La Asociación de la Prensa, a la que pertenezco hace casi veinte años, emitió ayer un comunicado para lamentar la intromisión de algunos medios de comunicación en la vida privada de Telma Ortiz, a la sazón hermana de la princesa Leti. Totalmente de acuerdo. Entre las propuestas se anima a los jueces a que sancionen donde más duele, es decir en el bolsillo, a las empresas que no respeten estas normas. Fantástico. Eso sí ¿y el resto? ¿Dónde están estos encomiables comunicados cuando los asaltados son otros? ¿Es la única persona que ha sufrido acoso? ¿Por qué somos tan asquerosamente pelotas? Hace meses, mucho antes de su triunfal gira mundial y su merecido Óscar, tuve la ocasión de tomarme un café con Javier Bardem, su hermano Carlos y dos colegas, uno de ellos común entre Javier y yo mismo y gracias al cual he coincidido con él alguna que otra vez. Hacía apenas una o dos semanas que la revista Hola había publicado en su portada sus fotos con Penelope Cruz en esa playa paradisíaca. Hablaba casi desde la resignación a que estas cosas le pasaran. Un riesgo que corres y que casi tienes asumido. Sin embargo también me relataba, ya con la indignación lógica de quien lo padece, cómo el día anterior, a la salida de un restaurante, tenía pegados a pocos centímetros de su cara a una decena de paparazzi ¿Por qué un Estado de Derecho consiente este acoso a un ciudadano? Bien se sabe que no buscan la foto sino la provocación y bien saben también que en Javier, un tipo hasta donde yo conozco estupendo, pueden encontrar lo que buscan porque la paciencia de todo el mundo tiene un límite. Es difícil aconsejar a alguien que aguante cuando sabes que tú mismo acaso solucionarías el problema a cabezazos. Al final se tendrá que ir de su país por el único delito de ser un grandísimo actor. Y eso con la complicidad de los políticos y de los jueces. Así de claro. Y, por supuesto, con la de los periodistas de salón alarmados cuando la pobre Telma no puede salir a la calle pero absolutamente pasivos cuando la víctima de estas extorsiones intolerables ni vive en la Zarzuela ni va a los tendidos de sombra en la Corrida de la Prensa.
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