EL RIDÍCULO, ESA ENFERMEDAD CONTAGIOSA

No sabía que el ridículo fuese tan contagioso como el sarampión. Eso me pasa por haber dejado de ver los programas de Ramón Sánchez Ocaña. Al mayúsculo bochorno de Mariano dando por hecha una dimisión que no fue se suman otros que, pretendidamente, aunque esto ya es un sindiós y vaya usted a saber, tratan de echarle una mano. Para ello, un diario nacional con años de historia ha desempolvado un vídeo, que no es en blanco y negro pero casi, en el que se intuye a un alcalde socialista de un pequeño pueblo almeriense en actitud de trinque. Como no puede ser menos en un medio de tanto rigor señalan que la cinta es de 2004 y la presentan como exclusiva mundial. Digo yo que, ya puestos, podrían regalar con el dominical un friso esculpido en el que se ve a un concejal de Viriato poniendo el cazo. Menudo escándalo. Con efectos retroactivos pero escándalo al fin y al cabo. Lo peor de todo no es el rubor que siente uno al ver cómo se acude de manera burda al auxilio de un tropel de presuntos sinvergüenzas. Lo peor es la idea que trasciende de estas prácticas y que, humildemente, creo que no es otra que la confirmación de que el periodismo nacional hace tiempo que cavó sus trincheras y de ahí no sale así sea a costa de ser parcial cuando no patético. Si hay casos, y haberlos los hubo, de corrupción en las filas socialistas denúnciense, pero ni siquiera creo que al lector más fiel de un diario le guste que sus gestores le tomen por tonto aunque le regalen con los cupones una vajilla de Sèvres.