18 de septiembre de 2006

Lencería gruesa


Qué pena no haberme enterado. El mundo de las subastas benéficas siempre me ha fascinado. Las bragas de Bridget Jones se han adjudicado en dos mil libras. Yo hubiera pujado gustoso porque la prenda parece limpia y, además, dado su tamaño, en caso de apuro puedes hacerte una tienda de campaña con ella (con las bragas no con Bridget). Por el pico que ha pagado el afortunado/a ya le puede buscar utilidades. Eso sí, me parece un precio un poco desorbitado. Con ese dinero me compraba yo calzoncillos H&M para llenar un contenedor. No llevan la firma autógrafa de Hugh Grant como las bragas de Bridget pero casi mejor porque el rotulador destiñe y, aunque uno anda en paro biológico, nunca se sabe dónde puede surgir la faena. Dado mi carácter escéptico y desconfiado lo que no acabo de entender es cómo sabes que son las mismas bragazas que llevaba la simpática actriz (no me atrevo a escribir su complicado nombre para no errar) y no otras que han comprado por el camino en una tienda de tallas especiales. Están impecables, por lo tanto no cabe indicio, resto cochino o similar para proceder a la prueba del ADN. Es como si yo enmarco algún gayumbo en evidente estado de deterioro y pongo una placa dorada debajo diciendo que es el taparrabos que llevaba Kirk Douglas en Espartaco. Con todo no se crean que es el objeto más peculiar que sale a subasta pública. Son capaces de colocarte de todo. Desde luego quien no se hace millonario es por qué no quiere. Te das una vuelta por un verterdero y a vivir. Encuentras un peine mellado, el último que utilizo el Rey Elvis para domeñar su tupé, un ramillete reseco de perejil, el que llevaba Paco Porras en su última aparición televisiva, un yogur caducado, el último que probó Coronado en los anuncios del Bifidus, un paraguas roto, uno de los que se utilizo en Mary Poppins, cáscaras de cacahuetes, pertenecieron a la marca que comía Chita en los descansos de las pelis, y así hasta lo que dé de sí la imaginación. No seré yo quien me oponga a las obras benéficas de estas gentes de dineros. De hecho, me encanta ese Rastrillo anual que organizan las marquesonas y las señoronas de la aristocracia variopinta, qué naturalidad y qué acto tan altruista. Vas allí y tienes lo que quieras, y ahí sí que no te engañan, si quieres algo práctico como una silla Luis XVI ahí la tienes, que quieres un airbag para la calesa también, un látigo de siete colas diseñado por Carolina Herrera para motivar al servicio doméstico, ese es su sitio. Sin embargo, con esto del internés la cosa no sólo pierde glamour si no que te pueden colocar gato por liebre y ni te enteras. En España, estamos todavía poco listos en este mundillo, y en tantos otros, y no será porque no tenemos material. Bien podríamos repescar la boína de Paco Martínez Soria o la cofia de Gracita y sacarla a subasta junto a las obras completas de Martínez Ultrapujalte o el secador de pelo de la Duquesa de Alba. Si todo es ponerse a pensar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hombre objeto con antiguedad.Me subasto barato para moza de buen ver.A la primera oferta me doy.